Confesión desesperada.

Caminas por el mundo como si fuese tuyo y no hago más que observarte a lo lejos mientras todos pretenden caminar a tu lado, seguir tu ritmo, acostumbrarse a tu paso. Pensaba que era imposible y por cosas del momento también quise intentarlo.

Dejé el miedo, el orgullo y pensé en que no me dejaría derrotar por tu valía, tu osadía y tu belleza casi mítica. Tu mirada de Medusa y tus aires de Afrodita no hacían más que cautivarme, apasionarme y enamorarme poco a poco. No sé cómo, no la razón.

Caí despacio en ese leve gesto de sonrisa, entre esos lunares casi como universos recónditos acumulados en lo suave de tu piel, en esa nariz fina y ese brillo singular en tu mirada cuando me veías frente a frente, dejando de lado el temor a perder para poder corriendo y a pasos agigantados alcanzarte y así de una vez y por fin poder gritarte lo mucho que anhelaba recorrer contigo la galaxia hasta reposar juntos en el cinturón de Orión.

Finalmente logré saltar frente a ti, dando la espalda al tercer sol del camino de los cometas, quemándome y lleno de dolor sólo pude gritar que pelearía contra el Olimpo entero sólo por verte sonreír, porque aún en la distancia me dabas un poco más de vida si te veía día a día caminando entre mortales que jamás podrán tenerte y sin embargo siempre sueñan con conquistarte.




Mario Andrés Toro Quintero.

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