Yo podría ser mejor que nadie y sacar lo peor de mí, todo en
el mismo segundo, todo en el mismo universo. Cantaría y escribiría cosas que
hagan brotar arcoíris de tus ojos, o veneno de tus lágrimas. Caminaría al
compás de un corazón latente, paciente y
cansado de esperar a cada segundo tus besos, que a veces son hiel del
cielo, a veces mieles malditas, por complicado que suene.
Pero yo no me complico, pues no soy quien te retiene, te
detiene o te sostiene cuando caes. Soy más bien el impulso traicionero que te
tumba hacia el vacío, tenga agua, tenga suelo, tenga espacios infinitos donde
el parar de caer no se vea como una opción. Si quieres desfallecer, no te
preocupes, estoy acostumbrado a personas que se rinden con menos de una caída.
No te quedes sorprendida si me voy, vuelvo y me voy en un segundo, porque sabes
que no hay riesgo de que pase un segundo o más lejos de ti.
No me abandones ni te ates, no te sientas asfixiada por la
llama de un sentimiento maníaco, depresivo solo un poco y otro tanto
afrodisíaco. No sonrías si te regalo una rosa que ya está un poco marchita,
mejor bótala y disfruta de lo amargo de mi boca en mis momentos sombríos. Si no
quieres yo lo entiendo, el hielo no es buena opción y menos cuando se posa en
los labios del ser amado. Hielo, frío, descarado, desdichado y sinvergüenza,
¿no te cansas de cansar a los que respiran cerca de este ser desesperado por un
poco de calor? No hagas caso ya querida a las corrientes de viento, que acompañadas
de muerte enfrían mi lecho y mi techo, reposan sobre mi pecho y en cualquier
momento matan.
Y no muero solo yo, conmigo va la esperanza, la constancia y
la traición. La traición de un ser que amó, aun faltando a sus principios, por
dar la vida que perdió en nombre de su querida. Así muera en este instante,
entre tres años o dos décadas, recuerda que en este mundo, solo mi alma quedó.
Ella te acompañará, hasta el fin de los principios, el inicio de finales y
recorridos eternos. Promete ya solamente, seguirme sonriendo siempre,
con esos ojos oscuros, esos labios tentadores y tu amor abrumador.
Mario Andrés Toro Quintero.