"Desarrollo" en Colombia.

Buenas noches. Me tomo el atrevimiento abusivo de avisar que esto más que un escrito para entretener o lo que quieran, es más un escrito de opinión, crítica o de lo que le vean forma. 

Empezaré diciendo que realmente me duele mi país, no mi patria. La patria es un sentimiento sencillo y algo absurdo por el que unos se matan y otros son felices. Me duele mi país por diversas situaciones. La principal es la falta de libertad desde los inicios de la opinión pública en Colombia. Si cada uno se pone a estudiar al menos un poco de la historia de la prensa, por ejemplo, se darán cuenta que periódicos como El Espectador han sido censurados, a mediados del siglo XX para ser más específicos. Y no solo este, medios como televisión y radio han sido víctimas de amenazas, extorsiones, secuestros y asesinatos absurdos en un país donde decir la verdad es un error literalmente fatal. Es que sencillamente las personas que intentan hacer algo diferente, generar un mínimo cambio en un sistema, en una sociedad llena de mentiras y maquillajes, termina lejos o enterrada en cualquier cementerio o fosa común. Eso es una razón inmensa para sentir vergüenza. 


Me atrevería a pensar que el problema está en que Colombia en sí, siempre ha sido un país de "muchas armas, pocos lápices". Ese es, para mí, el más grande error que se ha podido cometer. Pero a pesar de todo esto, muchas veces son los grupos al margen de la ley, son desde pequeñas pandillas hasta ejércitos de dos o tres mil personas las que han ganado el pulso al gobierno, y eso los justifica a fortalecer el armamento y dejar al joven sin educación pero con un fusil entre las manos, un uniforme para que no lo "pillen" y una estrategia más bien basada en "mate al primer perro guerrillero que vea, sin compasión". 


El más carnal de los recuerdos

El choque de aquella tersa piel con la mía áspera era indescriptible, un juego de pasión entre caricias y labios juntos, tanto sus manos como las mías recorrían todo lo que existía, cada pasadizo de su efímero cuerpo fue tocado por mis dedos, cada rincón de su lisa y bronceada piel fue rozada por mis labios.

El clima nocturno se hacía más eminente, el frío calaba los huesos de aquellos atrevidos que osaban visitar las solitarias calles. Mientras tanto, yo disfrutaba del calor que desbordaba ella, no había otra palabra, la habitación estaba caliente. Apenas penetré un par de palabras en sus oídos, y ya escuchaba sus finos gemidos en los míos, las pupilas se dilataban, y la sensación de satisfacción iba creciendo, la transpiración se hacía más intensa, y ya no importaba que tuviese corrido su rimel; Desabotoné su camisa de manera desesperada y nuestros corazones latían de manera veloz, mis manos iban en una temeraria aventura a encontrarse con el paraíso. Ella acercaba su pelvis a la mía constantemente, ya no teníamos ropas que escondieran nuestros imperfectos superficiales, pero más que de hilos y aquello que se ve sólo con los ojos, estábamos desnudos del alma, pude yo perfectamente conocer su interior y ver sus más remotos temores, pude conocer sus emociones y besar sus deseos, pudo ella tocar mis emociones y manosear mis sueños.

Ocaso, pasión y sexo.

Suelo recordar las noches vacías que vivimos tú y yo. Entre tanta soledad me pongo a pensar en tus ojos poseídos por una pasión desenfrenada y el maquillaje que caía con las gotas de sudor que se deslizaban por tu piel enrojecida entre pena y placer. También pienso en lo gracioso que era el saber que nunca te callabas mientras lo hacíamos, pero afortunadamente de tu boca solo salía poesía en frases repentinas. “Me gusta acostarme en las nubes o reposar en tu alma, para observar el césped o ver quién eres en realidad”, eso nunca lo olvidaré.

Esta soledad me mata y tu sensualidad es un veneno que me acaba poco a poco si estás lejos. El encontrarnos esporádicamente y sentir que no solo nos quitábamos las vestiduras, sino que también dejábamos a flor de piel nuestras almas era lo mejor. Besar cada centímetro de tu cuerpo, conocer cada poro, lunar y cicatriz. Eso era sencillamente mágico.

Fantasmagórica paz.

En un futuro no muy lejano, la ciudad se verá devastada por un terrible caos. Entre tantos problemas con los ciudadanos y tanto delirio de revolución patética y absurda pronto todo acabará. Aquí la solución no son guerras absurdas ni cuestiones de uniformes, son cuestiones de ideales. Pero los ideales se transforman en convicciones manipulables que usan unos pocos para generar problemas.

Esta es la época en la cual las leyes se violan indiscriminadamente y son las autoridades quienes tiran la primera piedra. La ciudadanía se cansa, se siente asfixiada por los constantes abusos. Es ahí cuando no les queda más que responder de la misma manera.


Destellos de una noche.

La noche era oscura, como mil noches que he visto; la diferencia era mi compañía, deliciosa compañía. Él estaba un poco despeinado tenía su chaqueta de cuero, y yo con un vestido azul pegado al cuerpo. Me encontraba en un lugar bohemio, seduciendo a mi amado, danzando mientras el amor recorría todo el lugar. La lluvia afuera era tan intensa que mi piel se erizaba absurdamente. Todo era una locura, mi locura.

Después de unas cuántas copas de vino negro, nuestros cuerpos empezaron a inundarse de lujuria. Levanté mi mirada y sin poderme contener besé sus labios como si fuera esa ambrosia que me mantendría viva. Con una mano recorrió mis senos y con la otra quitaba mi vestido suavemente. Entre besos y pasión, cuando su mano llegó a mi entrepierna se desató un huracán en mi interior, necesitaba poseerlo. 


Inicios de la tiranía.

Quería arrancar su aroma de mi piel, sentir que algún día aquella fue su hogar me desesperaba. No entendí la forma en que mi alma decidió deshacerse de su recuerdo y vagar en un sinfín de sufrimientos indeseados.

Al terminar los días, me sentaba a divagar acerca de mi amor, y sólo encontraba motivos para acabar con su desgraciada vida; esperar a que no respirará y robarme sus ilusiones. Al despertar me encontraba en la habitación con el mismo aroma y el mismo desasosiego.

Deseaba arrancar mis deseos, y calmar ese sinsabor de su ausencia. Estaba lejos de mí, porque así yo lo deseaba. Mientras él calmaba sus deseos carnales en el vaivén de otras caderas, yo caía y gozaba de una absurda depresión. Así, poco a poco el deterioro de mi alma llegó a convertirme en asesina de recuerdos. Mi ira y mis deseos de acabar con su ser fueron incrementando.


Chris caminaba por un sendero que no había cruzado nunca, era otra forma de llegar a su casa, pero no la más segura, eran los barrios peligrosos de la ciudad, y en cierta forma le parecía gracioso haber decidido ir por ese lugar para escapar de los peligros de sus compañeros de clase.
A mitad de camino vio algo que llamó su atención, una librería -si a eso se le podía llamar librería-, era un espacio muy reducido de 3x2.5 metros, en las paredes laterales habían estanterías llenas de libros, mientras que al fondo solo se veía un gran espejo que cubría toda la pared, entró en la estancia para ver de qué trataban los libros y notó que eran sobre magia negra y otras cosas parecidas.
-¿Te interesa chico? –Preguntó un señor detrás de él, Chris no lo había visto, así que no pudo evitar sobresaltarse.
-Lo siento, sólo veía, además no tengo dinero.
-No importa chico, ven, puedo enseñarte algunos libros que te puedo regalar –dijo el hombre cogiéndolo del brazo con fuerza –acompáñame a la parte trasera.
Chris se soltó del hombre y comenzó a correr, cuando llego a casa se encerró en su habitación sintiendo cómo su corazón se agitaba.

Amor mundano.

Cada vez que pienso en ella y casi que por sorpresa empiezo a suspirar, a sentir una paz que solo me brinda su imagen en mi cabeza. Tus ojos destilando pureza entre brillos fugaces de una tristeza innata que te ha rodeado desde tu nacimiento y así será hasta la más misera muerte que pueda agobiarte. No quisiera ser grosero, pero eres la puta más hermosa que he conocido jamás. 

Eres la diosa de lo mundano, eres quién sabe cómo, cuando y dónde traer placer a los seres desgraciados que necesitamos algo de diversión por unas horas. Tú sexo es casi tan perfecto como el sonido de tus gemidos reventando mis tímpanos de un cristal barato, retumbando en mi alma café y agotada de tanto soñar sin hacer nada para cumplir tales sueños.

El caballero de antifaz transparente.

Usualmente sonriente y de vez en cuando -para sorpresa de muchos- explosivo. En ciertas ocasiones salía con palabras tan dulces y amables que hacía sonrojar a cualquier mujer, que convertía a cualquier prostituta en la más bella de las musas para que fuese a dar inspiración a los desdichados hombres cansados de luchar y de vivir. En otras, podía ser un monstruo con frases excluyentes y gestos destructivos que solo sacaban a flor de piel los demonios que lo torturaban día a día. 

Caminaba de esquina a esquina, rodando entre la muchedumbre insensible e interminable. Un melancólico. Así se podía definir a ese hombre inestable que paraba a admirar cada flor naciente entre la cruel ciudad, pero que maldecía al cielo por haberlo traído al mundo a admirar las flores y no haberlo hecho nacer como una. Siempre que andaba solo su inestabilidad empeoraba y eso preocupaba a todos los que a lo lejos lo veían debatirse entre la paz o el miedo.

Escritos para el alma.

A veces puedo ser un viajero interesante, lleno de anécdotas increíbles que hacen brillar los ojos de todos los niños y ancianos que se sientan a escuchar mis historias aparentemente descabelladas pero cien por ciento reales. Otras veces, dolorosamente, soy un vago sin sueños, un ente desesperanzado que solo se quedó anhelando cosas, soñando realidades y viviendo de sueños que jamás pudo cumplir.

Me atrevo a pensar que mi estabilidad tan efímera y frágil, está así por culpa tuya. Siempre que estaba bien deseaba simplemente conocerte, explorar un poco más en tus retorcidos pensamientos, nadar un poco al menos en la infinidad de sueños rotos que puedas o no tener.Pero cuando todo decae, solo imagino el momento de verte y rasgar tu espalda con mis dientes, de sentir la manera en que palpita tu corazón putrefacto entre mis manos bañadas en tu sangre tan aguada y pálida que se me asemeja a cualquier líquido gustoso que podría beber hasta la muerte. 

El castillo del terror.

-Me alegra informarles que son el grupo número 100, y cada 50 grupos hay un recorrido especial –dijo una mujer disfrazada de Parca.

Entraron los siguientes 7, Andy, Fanny, Vicky, Fredy, Damián, Johan y Sofía, cada uno ubicado de adelante a atrás respectivamente.

Era la feria más grande que hubiese pasado alguna vez por la ciudad, era la feria de Gitanos, su mayor atracción, el castillo del terror.

La mujer abrió la puerta y ellos escucharon como se carcajeaba a sus espaldas. Cuando entraron, lo primero que vieron fue a un hombre apresado, parecía desquiciado y con ganas de salir, todos pasaron rápidamente a su lado, cuando Sofía iba tres pasos delante del preso, él escapó y comenzó a correr hacia ellos, todos corrían, unos entre risas y otros entre gritos, luego, cuando estuvo lo suficientemente cerca agarró a Sofía del brazo.

Tirana de las letras.

Deshacía poemas en su piel y llegaba a mi ser las ganas enormes de transformar el papel en inspiración. Acomodaba mi amor de la A a la Z, empezando por sus abrazos y terminando con lo hermosos que se miraban sus pies con algunos zapatos.

Adoraba su sonrisa y sus manos; cómo jugueteaba con mi cabello; y su expresión al descubrir un nuevo sabor. Por mi parte, escribía cada momento como si fuera un nuevo capítulo, era adicta a él y a escribirlo. Mis días se pasaban mientras idealizaba versos para hacerlo un poco más feliz.

Un texto hecho canción.

Hace mucho, le confieso, quise escribir una canción que con un ritmo hermoso y una tonada encantadora lograra expresar todo esto que llevo aquí, todo lo que siento por usted. Por desgracia no supe cómo componer algo tan perfecto y tan armónico que lograra ser, en algún momento, la mejor canción jamás escrita de un amor no tan desesperado. Me empecé a sentir un inútil.

Luego, días después y cuando la frustración por la fallida canción se había marchado, me propuse a escribirle el poema de amor más espectacular jamás escrito en la historia del universo literario, pero no pude hacer nada más que mezclar letras indecentes y vulgares que hacían parecer mis sentimientos un cliché empalagoso y estúpido que no enamoraría ni a la más ingenua mujer, ni a la más ansiosa por sentirse amada. 

El veedor de los segundos.

Y salgo de mi casa despacio y entretenido escuchando a lo lejos los gritos de mis padres intentando detenerme con palabras inútiles que no echarán atrás de ninguna manera una decisión ya tomada; me iré lejos. Mi padre me dice con una voz cortante, débil e insegura que tenga cuidado, no confía en mi juicio, pero sí en mí. En cambio, mi madre sabe que soy un joven atravesado, impulsivo, ambicioso pero paciente, aplacado y una que otra vez, prudente.

Salí e intenté trabajar en una librería, pues estar entre libros sería una maravilla que no se vive todos los días, pero vi que venderlos y no tenerlos no era lo que quería, y ahí se fue una parte de mi tiempo. Luego probé con vender comida en un puesto ambulante, pero en trabajo peligroso, sucio, incómodo y muy mal pago, me sentía explotado, abusado y aprovechado por la necesidad presente de tener al menos las tres comidas mínimas al día. Intenté muchísimas cosas, ser taxista y carpintero, ser pintor  y peluquero, pero nada funcionaba y yo solo perdía horas. Fue ahí que me di cuenta, que mi vida estaba hecha para ver pasar el tiempo.




Mario Andrés Toro Quintero.

A don dios.

A veces desearía creer que usted es una verdad y no solo un mito que enceguece a tanta gente hasta volverla idiota, devota y entregada a un fantasma de palabras malintencionadas que está plasmado en un libro tan antiguo y tan incierto como el propio origen del mismo ser humano. Es que si bien dijo alguna vez un genio en potencia: "Si la ciencia no lo puede explicar, es porque alguien debió haber hecho todo esto". O bueno, algo así, citando mal pero con las mismas intenciones, pero eso no lo creo yo.

Pero, puede que esté equivocado y sencillamente no quiera verlo por el orgullo de mantener mis creencias, o la falta de ellas conmigo, firmes. Pero eso sí, déjeme decirle que si su existencia es verdadera, es usted un caprichoso y arrogante que simplemente quiere llenar su ego eterno recibiendo millones de alabanzas a diario y nunca dar nada a cambio. ¿Para qué predicar tanto bien y tanto amor si solo ignorará al que realmente lo necesita? Mezquino. Eso me da a pensar que para lo único que sirve usted, es para mandar ineptos de su mismo talante a comandar terrenos llenos de gente crédula e ilusa, que usando lo que usted usa, promesas vacías que el tiempo las olvidará, llega a hacer su misma función; recibir peticiones y sentarse a escucharlas haciendo nunca nada.

Gracias a la noche.

Soy un bastardo con dislexia y unos cuantos problemas de salud, mi principal tortura es cargar esta masa delgada y de un tamaño medianamente proporcionado sobre un débil cuello que solo sostiene, nada más. Los dolores de cabeza por semanas y a veces un dolor en la rodilla que me tortura cada vez que camino, creo que el peso de mis penas es lo que me causa la fricción entre mis huesos ya astillados de tanto chocar entre sí.

Voy intentando ignorar o convivir con la vida que se encarga de marginarme, de enviarme a los rincones más remotos a convivir con personas que odio, personas tan parecidas a mí que me producen, desgraciadamente y de cierto modo, un asco que no puedo calmar ni con los mejores pensamientos. Esas risotadas de jocosidad hueca, como si hubiesen estado expuestos a un gas hilarante que les hiciera estallar en un jolgorio frenético y algo escalofriante que solo me espanta. Me siento casi como un niño de cinco años perdido, buscando a su madre en un lugar repleto de gente desconocida, de gente despreciable. 

Trozos de cielo en la tierra.

Me pongo a pensar bajo el cielo de esta fría noche que congela mis dedos esqueléticos, pero no logra apagar ni disminuir ni un poco la llama de mi imaginación, de mi creatividad. Siento como se eriza mi piel y se pone rígida con el pasar de las ventiscas que me acarician, me manosean, enterneciéndome y poniendo estáticos mis huesos, mi piel. No paro de ver el infinito tan vacío, tan simple y complicado; tenemos tanto en común que hasta llego a pensar de la manera más infantil que soy un universo hecho persona, que es por eso que no me siento identificado con nada ni con nadie. 

Es así, de esa misma manera, que creo que tú puedes ser galaxia, cielo, estrellas o tal vez el cometa más hermoso jamás visto por algún ser; pero también condenado a vivir en un cuerpo mortal e incomprendido en un mundo de prejuicios imborrables. Este cielo que admiro y extraño, así como sé que tú lo añoras, me pone a pensar en que somos tan parecidos y al mismo tiempo tan diferentes, somos cielos distintos, o tal vez seas tú cielo y yo suelo, seas tu un valle y yo una cordillera. Aunque igual nunca me importara lo diferente que puedas llegar a ser, solo sé que quiero compartir esta inmundicia de existencia junto a tu infinidad divina, que me deja atónito cada vez que te hace brillar por medio de un gesto amable que al igual que un rayó, me asesina; tu sonrisa.

Te extraño pero nunca te olvido.

Hoy te extraño no más que siempre, pero sí más que nunca. Y no, el que estés lejos no significa que deje de amarte, porque cada día te amo más, pues le das felicidad a mi existencia perdida. Tampoco la distancia significa que deje de quererte, pues el extrañarte me hace desearte más, me hace pensarte más, me hace querer devolver el tiempo y aprovechar cada segundo que pasé contigo, dejando lo malo de lado y viviendo lo bueno dos veces. 

Es que se va el día y extrañarte no es una palabra que se va, es la única que siempre está presente, así como tu voz en mis oídos nostálgicos y tu cara en mi mirada triste y desesperada por vislumbrar cada lunar, por ver a lo lejos esa sonrisa que me encanta la vida, que me hace pensar en mil canciones que no existen y que algún recitaré para ti. Es que te extraño porque eres una parte de mí que está lejos, como esa pieza de rompecabezas que a un niño cualquiera se  le esconde detrás del sofá de un vecino y que no se explica por qué ha llegado ahí, tan lejos. 

Cantaleta de un anciano enamorado.

-Buenas tardes, señor Martínez.

-Don Juan, me place verlo. Buenas tardes, ¿qué tal le ha tratado la vida estos últimos años?

-Pues ni para contar amerita ese mal trato de la vida, estoy fatigado mi querídismo.

-Cuénteme por favor, quisiera aconsejarlo de alguna manera. Por experiencia he sabido cómo tratar los pisotones de la vida, prosiga.

-Bueno, creo que empezaré por el principio y contando de manera muy concreta que hace unos veinte años   conocí a una mujer que fácilmente pudo ser quién me acompañara de por vida en el trasegar de la dura  vida que hasta hoy, he recorrido absolutamente solo.

Lujuria en la ciudad color rosa.

Pasaba las noches recorriendo su cuerpo con la yema de mis dedos, cada día me parecía más suave y delicioso; como un paraíso interminable de placer. Solía sumergirme en su boca, aquella tan gloriosa. Me convertía en una niña cada vez que sentía que llegaba el momento de su partida. No soportaba la idea de estar sin él, sin su piel, sin su ser.

Los días pasaban rápidos a su lado, el tiempo solía no alcanzarme. Una noche, mientras disfrutábamos de la lujuria, encontramos fantástico el estar. Encontramos un huracán en nuestro interior, deshicimos la habitación, deshicimos toda pena, deshicimos nuestros cuerpos a punta de besos, deshicimos el miedo; mientras danzábamos al vaivén del placer. Así, morimos y revivimos millares de veces en una noche.

Los viajes de la lujuria.

Voy saltando entre las nubes de lujuria que flotan sobre esta ciudad llena de sonrisas falsas y sexo sin amor que es lo que encuentro más divertido. En realidad la caballerosidad no se ha perdido, simplemente los caballeros están ocultos en las sombras amistosas de seres que poco inspiran esas ganas de noches locas de licor, drogas y gemidos que revienten los tímpanos de esos amantes indecentes que decidieron conocerse entre el espeso sudor del ajetreo de una noche. 

Esta noche saldré de esas sombras que tanto cargo en el alma, recibiendo sonrisas que combinan la lástima y la tristeza de un sin fin de mujeres que sienten pena de verme siempre tan solo, siempre buscando alguien que pueda amar y jamás encontrarla. No sabrá nadie jamás la tortura que es escuchar a quien adoras decir que quiere a alguien y te describe a ti, pero ser solo su amigo porque la amistad no se puede arruinar; creo que eso de amarla en secretó arruinó esto hace mucho. Es así, como llevado por la ira, la impotencia  y las ganas infinitas de acostarme con alguien sin necesidad de sentirme amado, salgo en busca de una mujer que solo busque llenar de placer su noche. 

El fin de mi era.

Y hoy parto en un viaje de despedida que espero no sea permanente, pues en este momento de mi vida es donde menos necesito un final. Tal vez me despida de todos o la antipatía resultado de una tristeza que me invade el alma, evite despedidas absurdas y palabras de ánimos innecesarias e inútiles. ¿Abrazos? Lo dudo. 

El sol se está poniendo y mis días de felicidad también están llegando a un descanso, durante una larga noche, tan provechosa, cómoda y duradera como este día en el que por medio de letras unidas en sílabas y palabras que formaba historias que venían de lo más profundo de mi cabeza. Hoy parto con nostalgia y al mismo tiempo con una inevitable sonrisa de satisfacción, con aires de llenura, pues alimenté mis sueños hasta que crecieron y se hicieron realidad. Son todos los que alguna vez leyeron mis palabras por momentos emotivas, otros momentos nostálgicas, los que hicieron que brotara en mí, una sonrisa de orgullo al saber que no estaba haciendo las cosas del todo mal. Muchas veces pude mostrar durante este trayecto, historias tan irreales e historias tan propias que sentía que contaba una parte de lo que soy, y es así. Amor, tristezas, ilusiones y mi imaginación al descubierto, prácticamente aquí, en la soledad de su compañía siempre tan amena dejé al desnudo mi mente para que escudriñaran en cada palabra, en cada sílaba y sintieran la energía transmitida en cada frase, en cada párrafo, en cada final. 

Fui un viajero errante por tres meses, siendo el pionero de los sentimientos plasmados en escritos en un blog tan sencillo, tan humano que casi sentía que podía tomarlo, manipularlo, abrazarlo y exprimirle todas las tristezas para dejar solo las palabras felices. No golpeé de puerta en puerta, pero tampoco me establecí en un lugar, pues mi refugio siempre fue el amor por estos textos que hoy dejo atrás por un tiempo que no sé cuánto durará. No sé si pueda también dejar atrás una de mis más grandes pasiones, pues temo no poder aguantar. 

Espero volver lo más pronto posible, y que quedé grabado en estas letras tal vez insignificantes para muchos, que más que un adiós, es un volveré después de madurar y mejorar al menos un poco más. 

Infinitas gracias.




Mario Andrés Toro Quintero. 

Un coma en el amor.

Voy pensando en tomar iniciativa, en despertar por fin de un descanso que lleva años en mí, en el que llevo años trabajando para que vaya creciendo, para jamás tener que volver a dormir pero me queda imposible. Hace años me estoy debatiendo entre la muerte tranquila y la vida pasajera y dolorosa; no sé si descansar o sufrir, amaría cualquiera de las dos cosas. Creo que estoy perdiendo carácter para decidir las cosas, para tomar una decisión por fin y después de tanto tiempo.

A pesar de que cualquiera dijera lo contrario, siempre los escuchaba hablar. Siempre escuché tus llantos y sentí el calor de tus saladas lágrimas sobre esta bata muerta que me pusieron para cubrirme, pero no me cubre de una tristeza inmensa que me invade cada vez que escucho tu voz cortada pidiendo, suplicando a mi existencia triste que me vaya, escucho tus gemidos sollozantes mientras pides a un dios poco piadoso e inexistente que me lleve a su lado. Gritando silenciosamente te pido que no te resignes de esa manera, que por mí, por mi memoria o mi cuerpo aún activo -aparentemente- sigas luchando, resistiendo. Sé que lo parezco, pero aún no estoy muerto, aún respiro, con máquinas, pero aún vivo, aún puedo respirar la misma contaminación que tu respiras y eso me tranquiliza, ¿por qué a ti no?

¿Por qué gritas desde el pasillo? ¿Por qué desesperas y piensas que el remordimiento te acabará? ¿Por qué no logro entender nada de lo que sucede? ¡OUCH! ¿Qué es este frío tan extraño y desolador? ¿Se descompuso la máquina de la que dependo? Oh, bien. Ya entendí, y creo que acabas de tomar una decisión. Te amo por tomar la decisión, pero te odio por rendirte y dejarme ir así. 



Mario Andrés Toro Quintero.

Asesina de recuerdos.

Trataba de recordar por qué, sin dudarlo, había cortado su cuello; había disfrutado el efímero momento cuando su sangre salpicaba mi cuerpo; había desaparecido el brillo de su mirada, mientras mis ojos se deleitaban por el suceso.

Lo amaba a mi manera, por supuesto. Trataba de encontrarlo en la maldita ciudad donde todo había comenzado, pero sólo era un fantasma de mi mente, una sombra de la nada. Su putrefacto aroma salía de mi sótano, donde yacía su cuerpo medio desnudo, lo aguardaba con una pasión absurda, mientras con unos cuántos amantes deshacía mi cama y sus recuerdos.

Cuando logré entender el miserable amor que le tenía, pude deshacerme de su inerte cuerpo. Sentí como iba decayendo su orgullo, sentí lo profano que era mi amor, y jamás me arrepentí.

Dejé que mi piel fuera saboreada por alguien más, y que las mieles de mi entre pierna fuera ambrosía para otro amor. Entregué mi lujuria a otra víctima de mi deleite y acabé con los recuerdos que algún día condenarían mi existencia.

Al final, después de unas cuántas botellas de vino y miles de noches de sexo descontrolado entendí que ya era la hora de pagar por mi delito, y me deshice entre los recuerdos que un día traté de asesinar.




Karoline Herrera. 

Sin lluvia, sin sueños.

Voy corriendo por los techos, con tal velocidad y tal delicadeza que ni siquiera el aire me puede tocar. Las luces de esta ciudad me van guiando entre edificios y pequeñas chozas. Qué fría está la noche, y a pesar de estar inundada en sollozantes llantos de gatos solitarios y palomas que gritan de desespero por la lluvia que no se detiene, es hermosa. No veo las estrellas por las nubes acumuladas en un cielo de ensueño, pero veo cada gota caer, y como en una sinfonía de las más exquisitas y perfectas, la ciudad y su gente empiezan a huir de un concierto dado por esta naturaleza complaciente, pero nadie lo entiende. 

Lo curioso del asunto es que por más que quiera disfrutarla, son las gotas las que evaden mi cuerpo. Aunque me quede estático en un punto por minutos, horas o días, nunca me tocan, ni siquiera me pasan cerca y eso me decepciona a tal punto de romper en un llanto traicionero donde las lágrimas se van flotando así como cumpliendo el sueño de llegar al extenso espacio y no acarician mis mejillas deshidratadas jamás. Es entonces cuando me dedico a correr, a intentar escapar de la desgracia mientras la lluvia me acompaña con su música celestial. 

A veces desearía ser lluvia, ser al menos una gota y colaborar con tal perfección. Pienso que tal vez jamás me toque la lluvia porque la sé apreciar en toda su magnitud, y solo quiero mojar a los demás para hacerse notar, para hacerse entender. Quisiera olvidar todo y sentir las gotas golpear cada centímetro de mi piel, estrellarse contra mis sueños e inundarlos de ilusiones. 

Creo que fue por la falta de la lluvia que tanto amo, que tanto me anima, que mis sueños están secos, deshidratados, marchitos. 




Mario Andrés Toro Quintero.

Desde ahora y para siempre el mismo.

Hace meses siempre era alguien diferente, cada día más completo, más feliz tal vez, más animado, optimista a pesar de mi melancolía constante. Ahora, y desde hace un tiempo, eso se acabó. Desde que llegué a esta tierra desconocida y simple, hasta en el mejor de los sueños, estoy tan solo que vivo en un vacío. 

Siempre llego al nuevo hogar, que no veo como otra cosa que una casa en la cual vivo, lo primero que hago es ver qué tal estoy, siempre en el mismo espejo, y siempre soy el mismo; ya me es extraño no sentirme siempre igual. Me he convertido en un ser monótono y triste, con la mente llena de pensamientos distantes y el alma llena de un sentimiento de tristeza que no se acaba, pero no crece ni disminuye, porque al igual que todo mi ser; siempre es el mismo. Creo que todo esto viene a que la casa en la que crecí ahora es una imagen distante, al igual que toda mi familia, mis amigos, y las calles en las que crecí. Soy ahora un ser nostálgico, indoloro que vive en una realidad que odia. 

Creo que ya no podré cambiar ni volver a ser ese joven sonriente y agradable que solía existir; hace mucho morí y pude renacer siendo aún cenizas, siendo un ser lleno de sombras, cargando una mirada grande y triste. Soy ahora un ser que marchita sueños con su existir. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

La noche que dormí bajo las estrellas.

Solo y hecho pedazos quise salir a caminar, a buscar un lugar en el cual pudiese despejar mi mente el algún momento, solo eso. Paseaba por las calles de esta enorme ciudad, abrumado por el humo y los olores fuertes que invadían mi entorno, mientras miraba un cielo negro, vacío, aunque a veces acompañado de unas nubes rojizas, contaminadas y llenas de maldad. Eso me aterraba.

Intenté tomar un taxi, pero ninguno me llevaba al lugar que deseaba, a la soledad. Solo me veían con un gesto despectivo y se iban, eso me apuraba y me sentía cada vez más afanado por huir, por irme de una vez por todas lejos de tanto gris, de tantos muros que solo juzgan al que pase por su lado. Quiero alejarme del concreto que día tras día es un testigo de miles de crímenes, que cada día acoge a más habitantes desdichados que deben dormir ahí, acompañados por brisas heladas y lluvias torrenciales. ¡No quiero volver a ver jamás las luces artificiales! ¡No quiero! Mi sentimiento de repudio hacia ellas es infinito, pues toda la vida cegándome y haciéndome perder de vista el horizonte con su incandescencia inútil. 

Esa noche no encontré soledad ni siquiera en mi casa vacía, pues escuchaba como los insectos susurraban a cerca de mi tristeza y mi patética vida, fue entonces cuando decidí subir al techo de mi casa y con mucho cuidado de no equivocarme, con una delicadeza infinita, corté mis brazos y mi cuello. Fue esa noche, la noche que encontré por fin soledad, la noche que dormí bajo las estrellas. 




Mario Andrés Toro Quintero.

Fracaso.

Otra noche de falsas ilusiones, o mejor dicho, de desilusiones verdaderas, de tristezas y una melancolía enorme e incontrolable. Es que sinceramente no le tengo miedo al fracaso o a estrellarme en algún punto de mi vida, sé que lo haré, sé que fracasaré en muchas de las cosas que algún día haga; solo espero que no sea para siempre esta maldición que me ha acompañado durante casi diecinueve años. Estoy cansado de mi fortuna ilusoria, de mi suerte maldita. Puede que sea una ambición enorme la que me ha acompañado, tan grande que no puedo contenerla, o tal vez una excesiva confianza que me lleva a hacer las cosas para más tarde darme cuenta que no hago las cosas bien, que no puedo hacerlas como se debe porque sencillamente no soy capaz de entender que soy capaz. Es como si a pesar de que quiera, mi naturaleza me impide ver que a veces, de una u otra manera puedo no ser tan mediocre, tan inútil, tan inepto. 

Estoy destinado a vivir de ilusiones lejanas que al igual que las estrellas, con cada salida del sol se perderán y empezando la noche siguiente, cuando llegue el ocaso volverán a marcarme un norte. Me siento estúpido intentando trazar un camino, un mapa que no me llevará a ningún lugar, pues son esas ilusiones las que nacen y mueren día a día, renaciendo siempre de maneras diferentes. Mi vida es una confusión, una contradicción, una pérdida. Mi existencia es una marca maldita en este mundo virgen. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

Pyscho Zombie Pt. 1

Durante años he estado al margen del mundo, tratando de contenerme para encajar perfectamente en esta sociedad. Todo cambio con la caída y desaparición de la sociedad occidental. Es increíble como un simple virus puede cambiarlo todo un mínimo y pequeñísimo organismo unicelular puede acabar con toda una sociedad y con toda una civilización. Debo decir y reconocer desde un principio que sufro una terrible enfermedad, peor no terrible para mí, sino terrible para quienes me rodean o cometen el error de acercárseme. Desde muy pequeño sentí demasiada curiosidad por el sabor de la carne, peor no cualquier carne, carne humana, la carne de mis congéneres. He tenido que contenerme muchas veces para no lanzarme sobre alguien y devorar su suave y jugosa carne, pero que maravillosa sorpresa para mí, ver como en las calles ocurría lo que yo tanto había soñado. Hombres y mujeres abalanzándose unos sobre otros devorando y destrozando sus cuerpos, fue inevitable para mí no excitarme con tal carnicería, antes la visión de la sangre y de los fluidos derramados sobre el pavimento, al escuchar los huesos quebrarse y ver las bocas de aquellas bestias semi-humanas cumpliendo aquella ferviente fantasía que en mi mente anhelaba.

Ya han pasado meses desde que pude hacer realidad aquel sueño. Al fin he podido probar carne humana, y lo mejor de todo, he probado carne humana de todo tipo. Trataré de hacer un simple resumen de mi lo que yo llamo mi “pequeño matadero”. Mi casa, tiene dos plantas y un sótano. Por suerte, vivo en un condominio y me encargado de mantener todo muy cerrado y alejado de los caníbales. Durante estos meses he cazado y capturado sobrevivientes y caníbales no muy podridos y todos han ido a parar a mi sótano. Pero he decidido tomar a dos bellos y fuertes caníbales como mis perros, ellos siempre terminan devorando con ansias todas las sobras. Una vez por semana bajo al sótano y tomo la carne de alguno de los que están allí. Lo primero que corto son sus lenguas, la verdad el sabor no me parece muy interesante, pero al hacerlo el ruido que hacen es mínimo; luego, amputo las piernas y cauterizo las heridas con láminas de acero al rojo vivo así por lo menos no se desangran y sobreviven un poco más, y así parte a parte voy cortando su cuerpo, extremidad por extremidad, la verdad es que los órganos internos nunca me han interesado y prefiero dejar los torsos para mis dos “perros” que siempre devoran con ansias los despojos de mis festines.

Así he logrado sobrevivir durante todos estos meses, dando rienda suelta a mí sueño de comer carne humana. Soy un caníbal diferente, vivo en el fin del mundo, al otro lado del apocalipsis y controlo mi propia vida, una vida más completa, una vida que de verdad me hace feliz. En el mundo de antes, no habría podido vivir tranquilamente sin poder satisfacer a cabalidad mis deseos de carne.




Fernando Arciniegas. 

#3


He vuelto, volví para decirte que tu frío, aún desde la distancia, me quema.

Tu silencio me mata lentamente mientras mi soledad se alimenta.
Quiero verte, quiero encontrarte, sentirte, saber que podré ver tu sonrisa por segunda vez, no me importa que sea la última, porque aún así podré guardar una exacta imagen en mi cabeza para repasarla en mi lecho de muerte.

Quiero verte una vez más, para decirte a la cara que te amo, y que quiero que me permitas rozar tus labios con los míos, para poder al fin saber a qué sabe la gloria.

Cristian Camilo Rincón

Tres túneles a la locura.

Hace unos cuantos años, corriendo por lo que solía llamar una vida común, aburrida, corriente y monótona; apareció el primer túnel. Era pequeño y amarillento, seco, arenoso y tenía un aroma como a ambientador barato para autos, de esos que venden los que piden comida en las calles. No quería acercarme a aquella aparición extraña así que intenté observar a todas las direcciones para divisar el camino por el que huiría; pero ya no había carreteras, caminos o alguna otra dirección, todo me llevaba al túnel. Pensé que era un sueño así que me pellizqué fuerte, me arranqué un poco de piel para sentir el verdadero dolor y cerciorarme que no era verdad ese extraño momento por el que pasaba. Ya resignado y sin pensarlo más, me decidí a atravesar el túnel, lleno de miedos pero con la cara inexpresiva. Fue un tramo de más o menos treinta minutos y cada vez veía más cerca, pero más distante al mismo tiempo la luz del final; estaba exhausto, sediento, cansado y lleno de preocupaciones, aquellas que me agobiaban todos los días, aquellas que empezaba poco a poco a olvidar mientras recorría el túnel. Por fin salí de aquél espacio reducido y asfixiante, y sentí lo que no había sentido durante toda mi vida; tranquilidad, como si nada me preocupase.

Luego, sin pensar en lo demás, solo me dediqué a saltar y dar gritos silenciosos y risas esporádicas de una felicidad por haber logrado salir de allí. Al ver a mi alrededor me di cuenta que a escasos diez metros, había un túnel un poco más angosto, lucía inseguro, viejo, húmedo y expelía un olor repulsivo a alcantarilla, a putrefacción. Fue entonces, conducido por una fuerza que no podía manejar, que me lancé de un salto a aquél segundo túnel, a ese que me tendría quién sabe cuánto tiempo soportando la humedad y el olor asqueroso que nunca cesaba. Había dibujos algo extraños, como jeroglíficos con sangre, con pintura, con grafitis y demás. Me sorprendí al ver imágenes de todo tipo, a pesar de esto, nunca paré sino que pasaba viendo de reojo pues no podría perder tiempo para salir de esa putrefacción en la que me encontraba, para escapar de los olores que me ahogaban al no dejarme respirar en paz, con libertad ni con pureza. Nunca vi la luz del final y de repente, confundido por el brillo cegador del sol; me di cuenta que estaba fuera. Ahora, luego de salir, me acompañaba una risa imparable y contagiosa, además de movimientos que en la vida había realizado en ninguno de mis estados. Estaba más feliz que nunca, nada me agobiaba.

Al dejar atrás ese horrible lugar, desagradable para todos los sentidos, creí que había superado todas las pruebas, pero estaba más equivocado que nunca. Al frente solo veía un lugar grande, iluminado y espectacular, el último túnel, el que definitivamente dejaría atrás todo lo malo, el que con su grandeza, solo me haría reír más eufóricamente, me haría saltar. Entré corriendo y vislumbrando su enorme espacio, su decoración no tan excéntrica y su estructura perfecta, y perdido viendo alrededor olvidé mirar al frente y me estrellé con una salida más pequeña y más angosta que la de los dos primeros túneles. Salí a rastras pero emocionado y vine a dar al mismo lugar en el que empecé, con una mirada perturbada y un llanto incesante. Sentí una impotencia enorme y una ira descontrolada, fue ahí cuando grité insultos al viendo y maldije las estrellas, y me di cuenta, que estaba loco, que esos eran los tres túneles a la locura.






Mario Andrés Toro Quintero.

Ya son cien y un sueño.

Fue en mayo de dos mil trece que se empezó a crear, a forjar un pequeño sueño sin muchas expectativas, sin muchas ambiciones pero con muchas ganas de hacerse realidad. Fue ahí cuando nació "Vía libre y opinión". Durante esa época intenté hacer algo más enfocado a lo periodístico, pero vi que por ahora, ese no es mi fuerte. Empecé entonces a escribir pequeños relatos enfocados a historias que la imaginación empieza a tejer esporádicamente y que las palabras me ayudan a entrelazarlas para formar escritos que aunque no siempre, la mayoría le han agradado a quiénes los han leído. 

Iniciando julio, me di cuenta que más que un espacio de opinión, era un espacio para desahogarse, para mezclar el sentimentalismo y el arte, para dejar que por medio de palabras se escriba lo que pensamos o sentimos. Fue así que cambió a ser "Un viajero errante". Al inicio era solo yo, escribiendo para que la gente leyera, y poco a poco empecé a ver que a la gente le gustaba lo que escribía. Fue así como se fue formando un equipo de personas que también comparten mi amor por las letras. Citando el alias de uno de nosotros; somos "letrados a medias" y eso nos enorgullece. De poquito a poco nos empezamos a formar un grupo de viajeros errantes, de soñadores sin alas pero con una imaginación que nos lleva a volar por los más remotos lugares del universo que vamos creando. Al inicio empezaron uniéndose Camilo, Cristian y Linka; escribiendo para ustedes; quienes nos lees, para entretener con sus increíbles escritos, historias, con su magia. Después, también con increíbles escritos, Lina, Karoline y hoy, cuatro de agosto Fernando Arciniegas. 

Ya con este, son cien y un sueño que en lo personal, me llena de satisfacción. Gracias totales a todos los que han colaborado, leído y opinado a cerca de todos nuestros escritos. Muchas gracias. 


Mario Andrés Toro Quintero. 

Temor y amor.

Se bloquean todas las ideas de una vida perfecta, plena y tranquila ante tu presencia indiferente, llena de odio y de asco hacia los demás; especialmente hacia mí. Empiezo a pensar en mil maneras de sorprenderte, de agradarte, de lograr que al menos por un instante de tu ocupada y extravagante vida pienses en alguien así cómo yo, alguien simple.

Corro, salto, me arrastro, grito, canto, pinto, dibujo y nada te hace gracia, pues sigues con esa mueca de desprecio hacia todo lo que hago, digo o miro. Creo que soy en tu vida, algo así como la polución para los ambientalistas o lo que fueron los negros para los monarcas, la peor escoria jamás creada. Es entonces cuando se me ocurre la maravillosa idea de escribir. 

Después de escribir por varios minutos, escribo esta carta para ti, para que sepas que la escoria que tanto desprecias, plasma en letras tu compleja divinidad, tu extraña existencia y lo perturbadora que es tu mirada. 

Por último solo puedo decir, que aunque jamás te he hablado, rozado o al menos invitado a un simple café; te amo por ser la única que me inspira a combatir mis miedos, y mi miedo eres tú.




Mario Andrés Toro Quintero. 

Daliunor

Daliunor fue, durante miles de años el guerrero más poderoso del universo y sus alrededores. Librando millones de batallas durante toda su vida, asesinando padres, hijos, guerreros y campesinos de países aledaños pasaba la mayoría del tiempo. Derramó litros y litros de sangre, kilos de vísceras y destrozó miles de familias. Durante una mañana fría, mientras bebía una cerveza y comía huevos y carne; intentó levantar su espada, cómplice de tantos crímenes, pero no lo logró. Pensó que era causa del cansancio y siguió con su día normal.

Más tarde, pasadas tres horas fue a buscar su espada de nuevo para pode cazar algo para la cena y de nuevo, no puedo alzarla. Al no poder lograrlo de ninguna manera entró en un estado de desesperación que no había conocido jamás. Tomó un simple cuchillo y sintió el cuchillo pesado como su escudo, ante estos sucesos extraños estaba increíblemente sorprendido. De repente, se vio una luz rojiza, cegadora y Daliunor cayó al suelo. Ante él apareció una especie lince, con sus orejas en punta, peludas y su pelaje hermoso. 

Al ver a Daliunor tan apurado, solo le dijo que no se preocupara, pero que debía empezar a cambiar su modo de vida, pues en cada arma que intentara usar, cargaría el peso de la muerte de cada hombre, mujer, niño y animal que mató alguna vez en el transcurso de su vida. 

De repente todo se tornó sangriento y Daliunor reaccionó, se levantó, lavo su cara y tras ese sueño, juro no drogarse nunca más. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

Cena...

Mientras caminaba por la calle, me sentía perseguido, observado, miraba hacia todas partes y aún así no hallaba nada mas que miradas casuales, los transeúntes me ignoraban y aún así el temor me recorría el cuerpo entero, caminaba despacio, lleno de miedo mis manos sudaban y mi espalda estaba arqueada como si escondiese algo en mi regazo, mi corazón se aceleraba cada vez mas. Sentía más y más la presión de muchos ojos sobre mi, miradas austeras llenas de odio me rodeaban; los pasos se volvieron saltos, y mi corazón se aceleró mas cuando comencé a correr, esto no ayudó mucho, el miedo aumentaba, como si algo fuese a detenerme en algún momento, luego fue como si estrellara contra una pared firme e invisible. Aquella carrera enloquecida y ciega me había llevado a la mitad de una plaza. Allí estaba yo en el suelo, un poco aturdido y al fin esas manos a las que tanto temía, me tomaban, no eran manos humanas, no podía verlas, solo sentirlas firmes, robustas, impares, monstruosas, afiladas y bruscas. Tocaban, palpaban, rozaban y hundían sus dedos, como si muchos me inspeccionaran en la oscuridad de la invisibilidad. En medio de una nota muda antes de un grito de horror sentí como las manos se sujetaban con fuerza a distintas partes de mi ser, como me elevaba del suelo; ahora sentía su aliento, su cálido aliento, casi podía percibir las escamas que recubrían su gigantesco ser y luego, algo peor que una mano rozó mi cuello, la caricia de la saliva ácida y maloliente de un ser infernal, intenté moverme, pero las manos me sujetaron, desistí mientras la lengua me saboreaba, cada papila como una escama, como millones de diminutos y porosos dedos que derritieran mi piel. Ese demonio invisible me devoraría. No rogué, ni supliqué esperé en silencio, no sería breve, no sería rápido ni mucho menos fugaz sabía el dolor que me esperaba y eso me mantenía inmóvil, ese terrible miedo que hace que tu piel se erice, que tus manos tiemblen que sientas que tus esfínteres saldrán, ese frío que recorre tu columna.
Aquel aliento era terrible, pero peor era su cercanía, poco a poco lo llenaba todo, mis nervios cedieron ante la mezcla de olores putrefactos, la sangre coagulada, la carne podrida. Percibí la inmensidad cavernosa de esa boca y luego el zambullido que hice en ella, la transparencia era pavorosa, era como si estuviese dentro de la boca del demonio mas temible de todos, el olor lo confirmaba, las texturas de aquel lugar lo decían todo y mas terrible aún, ya ninguna mano me sujetaba; aún así podía ver hacia afuera, hacia la plaza, como todos ignoraban mi existencia. La lengua dejó de palparme, entró una leve brisa que lavó mi rostro con un último aliento de frescura, la boca se abría de nuevo y ahora la lengua me empujaba hacia delante por un instante pensé que podía salvarme de ser devorado.... Y justo cuando estaba medio afuera de su boca vino la primera dentellada aplastante y dolorosa, mi pierna derecha se desgarro en segundos, vi mi sangre inundar aquel lugar y su olor fue una bofetada para mi. Tres dentelladas mas y mis piernas eran convertidas en carne molida, me dejé llevar por el horror y el dolor, comencé a agitar mis brazos buscando ayuda, fue peor, los dientes partieron mis dedos quebraron mis manos y redujeron a muñones purulentos y sangrientos mis brazos, comenzaba a disminuir mi ser. Aunque el dolor era increíble seguía consciente, vivo, no me desmayaba, vi como mi carne era mordida, masticada, relamida, saboreada; como me convertía en un jugoso bocado. Aún cuando mi cabeza fue decapitada de los jirones de carne y hueso que ahora era mi cuerpo, podía sentir el dolor de mis pies, de mis manos, de mi espalda; escuchaba como mis pulmones, mi corazón y mi estomago, reventaban con los mordiscos de la bestia me dolía a pesar de no estar conectado a ellos. Finalmente, mi cabeza fue aplastada por sus dientes en segundos, dejé de ser un hombre para convertirme en un bocado....



Fernando Arciniegas. 

Recuerdos de una ciudad.

Me encontraba sobre su cuerpo inerte recordando cada promesa, cada beso, cada caricia y tanto amor. Yo había ido a buscarlo, esperando respuestas, esperando al menos un abrazo de consolación; pero no, lo encontré en brazos de una silueta de colores.

Me abalancé sobré él, y sin pensarlo le saqué el corazón; sentí sus sueños resbalando por mis manos, sentí su mirada perdiendo brillo, sentí que al menos me cumplió una promesa, sólo una: “Serás mi último amor”. Me volví un caos al encontrar que gran parte de mi ser había muerto con él.

Fumé uno, dos, tres… cigarrillos, tranquilizando mi locura. Tomé su cuerpo, y lentamente regresé el corazón a su lugar, besé sus labios, tomé su mano y sin dudarlo prometí jamás olvidar (¿Cómo olvidarlo? Había tomado su vida por amor). Envolví su cuerpo suavemente con las sabanas que mucho tiempo fueron testigos de nuestra lujuria, en su mano coloqué las cartas que algún día salieron de lo más tranquilo de mi corazón.

Me desesperé pensando en un lugar que fuera digno para deshacerme del cuerpo de mi amado, y rápidamente recordé su parque favorito, allí había un hermoso río, el cual me gustaba mucho por sus turbias aguas, supe que ese era el lugar. Me dirigí a rápida velocidad hacía aquel lugar sin poder evitar las lágrimas que inundaban mis ojos.

Al llegar allí, los recuerdos inundaron mi alma. Me encontraba en el lugar dónde dejaría gran parte de mi vida. Bajé el cuerpo del carro, y lo arrastré hacía el río. Lo acosté a un lado, me arrodillé y besé por última vez sus labios ya fríos. Y lo dejé ir.

Al llegar a casa, sin pensarlo dos veces corté mis venas y disfruté el ver cómo salía la sangre de allí. Caí en un ensueño sofocante. Al despertar era un jueves, 11 de Junio. Aún no había comenzado aquella historia.





Karoline Herrera.

#2

¿Qué crees?

No me importa no recibir respuesta tuya, créeme, me tiene sin cuidado, porque para mí, el amor es un sentimiento de una sola vía, no necesito que tú me ames, porque yo solo me encargo de amarte, y no te pido más, con eso soy feliz.

Me haces feliz dejándome amarte y no necesito más que eso.

El amor no debe ser recíproco, por eso te doy todo el que tengo, anhelando el día en que tú decidas hacer lo mismo, y me tiene sin cuidado si no es a mí a quien lo das, porque sé que sólo serás feliz así, amando.


Cristian Camilo Rincón

Entre árboles y sueños.

Presiento que nuestra historia no tendrá fin después de este día, después de este momento tan única, tan increíble, tan original. Estamos entre el frío de las montañas que rodean nuestros mundos, acompañados de mil árboles que hacen de nuestra estadía algo ameno, cómodo, agradable. Es que a tu lado sintiendo frío o calor en extremos, el clima siempre será perfecto. 

Te veo sonreír y soy feliz, así que tranquilamente bajo mi maleta y saco una colcha llena de hojas, elefantes y uno que otro león; me guiñas un ojo de manera tan coqueta que no puedo evitar reír como un niño apenado. Organizamos unos emparedados de pollo, otros de jamón y nos acostamos cerca, a vernos devorar nuestros respectivos almuerzos. De repente recuerdo haber traído mi libro de escritos exclusivamente para ti, y es ahí cuando te veo enrojecer como un tomate; esa sensación es única. Empiezo a leerte y el bosque se va desvaneciendo y veo que te empiezan a brotar dos alas como de dragón de tu fina espalda, emprendes vuelo hacia el infinito en el que se desvaneció la montaña en la que nos acostamos. Me decido a amarrarme la colcha al cuello y al igual que una capa echo a volar, siguiendo tu aroma y tus besos que dejabas como pistas. Te encontré patinando sobre los anillos de saturno, así que decidí disfrutar contigo de una travesía inexplicable por cada planeta del sistema solar. Te encontré de frente y te besé.

Justo en ese momento un ruido interrumpió todo y desperté encontrando frente a mí a la más hermosa visión jamás vista; tu sonrisa, tus ojos cerrados y tu respirar pausado que me indicaba que el ruido no había impedido que en tu sueño, nuestro sueño se interrumpiera.



Mario Andrés Toro Quintero.

Sé saberte.

Sé que sabes todo de ti, sé que sabes todo de mí. Sé pensarte, sé quererte, se adorarte, sé amarte, sé venerarte, sé observarte, sé admirarte, sé desearte, sé tocarte, sé besarte, sé beberte, sé lamerte, se acariciarte, sé meditarte, sé presenciarte, sé odiarte, sé repudiarte, sé ignorarte, sé evadirte, sé respirarte, sé aspirarte, sé sentirte, sé cantarte, sé arrullarte, sé dormirte, sé levantarte, sé cargarte, sé abrazarte, sé morderte, sé rasguñarte, sé detallarte, sé gritarte, sé llamarte, sé tentarte, sé seducirte, sé excitarte, sé probarte, sé saciarte, sé escucharte, sé oírte, sé patearte, sé pelearte, sé estudiarte, sé tenerte, pero nunca, nunca sabré cómo dejarte. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

La sed del payaso inconforme.

En el centro de una ciudad algo gris, algo muerta y algo abandonada por una sociedad que eran básicamente fantasmas tangibles, seres sin alma, sin emociones, sin brillo en los ojos, vivía un payaso de mil colores; colores que nadie había visto jamás, pero que no lograban desaparecer el tono gris, el monocromo que caracterizaba a la ciudad. Lo bueno para él, es que a pesar de no poder colorear una ciudad con sus múltiples sonrisas, tampoco perdía su colorido natural. 

Un día, como cualquiera, al menos para el grisáceo pueblo, se despertó el payaso algo triste y desmotivado después de pasar una noche en vela, pensando en su misera vida, pensando en sus colores sin uso, en su sonrisa sin sentido y en su máscara de animosidad hipócrita que intentaba inspirar a seres fríos que lo miraban con desprecio. Un café arco iris era lo único que le despertaba en algo la mirada para hacerla algo expresiva, pero se sentía cansado. Estaba exhausto de hacer un trabajo aparentemente feliz en el cual nunca sentía placer o satisfacción; su existencia le agobiaba la mente.

Ese día, en la calle principal mientras hacía malabares con cuchillos, una silueta gris y grande le gritó a lo lejos y sin reaccionar o premeditar lo que hizo, tomó uno de sus afilados amigos y lo lanzó con tal astucia y puntería que fue a dar en el cuello de aquél ofensivo personaje, quebrando su manzana de adán, dividiéndola en dos y generando una hemorragia que lo ahogaría mientras se desangraba. Él se puso a reír y por primera vez sintió que su trabajo, que su vida tenía sentido. Así que tomó sus cuchillos y huyó corriendo y asesinando niños, jóvenes, adultos y ancianos. Volvió a su casa y con pinturas decoró sus letales armas para brindar una muerte jocosa, llena de color. 

Al final se topó con una mujer gris pero extrañamente hermosa, no sabía qué sentir ante tal extrañeza así que para no confundirse sacó su cuchillo lleno de vivos colores y lo clavo en el ombligo de aquella mujer. Mientras lo clavaba con una fuerza y una felicidad increíble, iba rasgando el vientre y al sacar el cuchillo y dejar a la mujer tendida en la acera de un alto edificio; veía como la sangre gris se derramaba por encima de los colores de su cuchillo. Ahí entendió que el gris de esa ciudad jamás podría con su mente colorida y con su sed de jolgorios y asesinatos. 



Mario Andrés Toro Quintero.

Apariencia engañosa.

Pensamientos invaden la cabeza de un ser ingenuo lleno de dudas, lleno de melancolía pero lleno de ganas de vivir. Un hombre aparentemente moldeable y tonto pero podía llegar a ser muy perspicaz, persistente, astuto y a pesar que su apariencia, físicamente era pobre de vigorosidad, su mente era ágil y sus miradas penetrantes podían derrotar a cualquier adonis de su pueblo ya que bastaba con una de sus miradas para recorrer y atacar el espíritu llenándolo de terror y sacando a flote los mayores miedos de su adversario. Sus miradas como dagas y sus palabras espadas que desgarraban gota a gota la dignidad, la fuerza física y la confianza de cualquier contrincante. Era ingenuo pero astuto, para el la derrota era una lección y la victoria el final de un ciclo para comenzar algo mas trascendental. Solo quería lograr la victoria sobre sus impulsos y poderse ir en paz.



Mario Andrés Toro Quintero.

Posibilidades.

¿Y Si lo que conocemos como vida no es mas que un sueño? ¿Si al morir simplemente despertamos de un trance donde sufrimos y disfrutamos? A veces solo es cuestión de sentarse a pensar en una infinidad de posibilidades a cerca de este juego que llamamos vida donde se pierde, se sufre, se llora, se ríe, pero donde jamás existirá un ganador absoluto ninguno vivirá lo suficiente para ganar este juego sin fin en una eternidad sin comienzo, es una historia donde solo hay nudo pero nunca un desenlace, la vida es solo cuestión de vivirla…




Mario Andrés Toro Quintero.

Muerto en vida.

Y cuando más necesitaba apoyo incondicional, sus bases desaparecen. En el interior no es más que un animal con su salvajismo reprimido su ira cada vez crece más y más hasta que un día simplemente explotará y sin conciencia a los que más quiere va a herir, es una plan macabro premeditado del destino para que por fin explote y se libere de sus fantasmas, escape de la esclavitud en la que lo tiene su conciencia, es solo una de las bromas pesadas de la vida.

Es que cuando más se dedica a ayudar menos ayuda quiere recibir, pasa sus noches con el alma rota y una sonrisa que aunque parezca reconfortante para cualquiera, para él es un martirio, una culpa que lo consume cada noche y lo obliga a estar así.

Él no es un esclavo de sus instintos, es un esclavo de sí mismo de su bondad, de su tolerancia, distribuye paz a todo el que lo necesita a pesar de vivir en un infierno que al parecer es indescriptiblemente cruel. Es un laberinto interminable, un problema indescifrable, una calle sin salida, es su vida.

Su felicidad se va en cada palabra que da a los demás y solo guarda sus tristezas prefiere llorar solo, prefiere reír junto a sus seres amados a pesar de que por fuera parezca de hierro, un hierro a prueba de tristezas por dentro es un mar de llanto, su alma esta extraviada su mente dispersa y su paz totalmente desgastada…




Mario Andrés Toro Quintero. 

Un amor jamás nacido.

Entre dos comarcas marginadas de un país sin importancia en un mundo lejano y desconocido, vivían dos jóvenes destinados a jamás conocerse y al mismo tiempo, a amarse hasta morir. Dos destinos de los cuales solo podían escoger uno. Para pensar las dos cosas, sobre lo que sufrirían durante su soledad si no llegaban a conocerse, o las cosas terribles que podían pasar si se amaban, simplemente salieron a caminar. 
Se fueron entre jardines de alelíes y petunias cantando, soñando, riendo, mirando un horizonte tan distante y tan palpable, disfrutando del maravilloso mundo que podían habitar. 

Distraídos y animados se toparon en el medio de un puente ya desgastado por el paso del tiempo que no venía solo, un puente que elevaba y protegía a cualquiera que intentara pasar el único mal lugar de aquél territorio; el lago de los mártires. Se escuchaban gritos de desespero y gemidos de dolor insoportable, pero ellos al verse suprimieron cada incómodo sonido que pudiese interrumpir tal cantidad de magia en el ambiente. Se abrazaron sin conocerse pero sabiendo que eran el uno para el otro, habían entendido todo. 

Pasaron uno, dos, tres y cuatro años; todo iba perfecto, ninguno imaginaba que algo podría salir mal. Sonrisas, miradas, poemas, canciones y momentos que ninguno jamás olvidarían, hasta que un día todo empezó a tornarse oscuro. Peleas y fantasmas que los atormentaban a tal punto de entrar en un llanto desgarrador que perforaban los oídos del otro. Golpes, ofensas, traumas y demás se volvieron el pan de cada día, poco a poco se desesperaban con solo verse, se ahogaban al sentir sus voces cerca; no se soportaban. Fue entonces cuando una noche, cansada de oír hasta su respiración al dormir, ella decidió buscar un cuchillo para cortar el cuello de aquél joven que un día había amado con todas sus fuerzas, pero que ahora solo amaría el momento en que la pérdida de sangre marcara su deceso, pero no se dio cuenta que él también estaba preparado para acabar con ella. Al verla a ella entrar con un cuchillo en sus manos y lanzarse, él sacó su arma también y una puñalada en la frente acompañada de otra en el corazón de aquellos amantes, fueron las que marcaron el fin de ese amor falso y destinado a la muerte. 

Fue ahí cuando aquellos jóvenes dejaron de pensar, dejaron de imaginar qué sucedería si se conocieran, así que para evitar eso y escapar a una soledad inevitable, ella se clavo un cuchillo en el corazón y él en su frente llena de pensamientos que solo le torturaban la vida. Ahí, en ese momento, se acabó el amor que pude ser y nunca nació.




Mario Andrés Toro Quintero. 

Amor: La historia del demonio y su luna.

Caminando en el bosque perdido, entre árboles tan imaginarios que parecían reales se hallaba aquél demonio sentimental e inexpresivo. Él, era un ser lleno de contradicciones. Refugiándose entre la oscuridad de la naturaleza que podía o no existir, se sentía un poco menos inseguro, un poco más oculto y eso le tranquilizaba la existencia, le dejaba tener al menos unos minutos de sueños y no de pesadillas que en unas cuantas ocasiones, se hacían reales. 

Hacía vías subterráneas para que los faros de la agencia angelical, esos que los humanos suelen llamar "estrellas", no lo detectaran, ni siquiera encontraran un rastro de sus pisadas, sus olores, sus energías. Aunque el problema nunca fueron las estrellas, sino su amada; tan grande, tan imponente, tan digna de admirar, tan única. La luna era a quien más temía. Su luz que siempre bañando la tierra maldita, purificando el terreno que tocaba con sus destellos de divinidad, de perfección; haciendo todo mejor. El problema es que nunca pudo hacer que ese demonio sentimental e inexpresivo fuese el ángel que quería, no el ángel bendito y esclavo de un dios caprichoso, no; quería volverlo un ángel maldito, un erudito que lograra vencer al ser supremo y poder hacer de ella, de Luna, su acompañante eterna comandando el universo. 

La larga búsqueda duró casi tres siglos sin descanso, hasta que un día el demonio se cansó de huir, de no afrontar a aquella amada y amante que deseaba cerca y lejos, que la quería inteligente e ingenua. Subió al cielo que tanto repudiaba y él simplemente se limitó a decir que solamente quería recorrer, quería explorar, quería volar, a lo que ella respondió de manera nostálgica y cortante: "Solo quería que volaras junto a mí".

Fue a partir de ahí que ese demonio egoísta entendió que el amor no es atadura ni tortura, es un compartir y un viaje recorriendo el espacio que van creando con el pasar del tiempo.




Mario Andrés Toro Quintero. 

El duendecillo inesperado

Era una tarde soleada, un sábado que parecía ser como cualquiera; estaba tan equivocado que era la misma confianza en que todo estaría igual la que no me dejaba ver la realidad. Estaba acostado y el sol estaba más fuerte que nunca, hacía muchísimo calor y lo único que me lograba salvar de un colapso nervioso era mi música, siempre tan perfecta y armoniosa. Me dirigía a bañarme cuando vi lo inesperado, una criatura pequeña y sin forma que corría entre las habitaciones tan rápido como un gato. 

Me agazapé porque estaba seguro de que el pequeño invitado no hubiese notado mi presencia, y cuando menos lo esperaba lo vi pasar frente a mí, tan rápido y tan claro que me parecía imposible; era un hombre de barba roja y ojos grandes, una túnica azul celeste extraña y uñas como garras que brotaban de sus pies y sus manos. Me lancé sobre él para atraparlo y sentí un dolor tan fuerte y tan profundo que morí por un instante. Al levantarme solo veía sangre y al hombrecillo riendo a carcajadas mientras sollozaba por el llanto y se echaba diez mil culpas por haberme asesinado. 

Me paré del sitio de los hechos y fui al baño a observar el daño hecho; fue una sorpresa al darme cuenta que mi pecho estaba abierto y mi corazón ausente, estaba vivo entre una muerte que venía rasgándome la espalda. De manera rápida fui a buscar el corazón para intentar improvisar unas suturas y salvarme, pero para mi desgracia el hombrecillo, el maldito huésped que nadie jamás invitó se había devorado de un par de mordiscos la única posibilidad de salvar mi vida. 

Me senté a su lado a decirle que estaba muriendo y le agradecí por acabar mi vida llena de tristezas y miserables momentos, pero que le odiaba con todas las fuerzas por no dejar que fuese yo quien se devorara ese corazón vacío. Sentí mi visión nublada mientras el pequeño ser desaparecía de mi lado; me sentí morir. Fue ahí cuando desperté, y mientras miraba a mi alrededor me di cuenta que en un abrazo eterno y siendo mi única amiga, la camisa de fuerza no me dejaba mover. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

Miserables.

Sucedía entonces, que la sociedad estaba decayendo en millones de formas diferentes. Las palabras perdían el sentido, y se convertían en otra forma banal de comunicación. Las personas llegaban a sus casas, a sumirse en su miserable e incomprensible soledad, añorando que sus vidas dejaran de ser tan miserables. El amor era rebajado a tal forma, que ya sólo era otra maldita excusa para tener sexo descontrolado, y era allí cuando la eternidad perdía aquel valor que tantos poetas habían versado. Los sentimientos fueron escondidos bajo una gran armadura, una armadura de miedo. Se perdió el valor de defender aquello por lo que tantos héroes perdieron la vida. Y lo más común, era esa maldita depresión colectiva que acababa con tantas almas, las agobiaba, a tal punto que sentir era algo secundario, ahora era el cuerpo era algo tan vacío. Allí, en aquella sociedad, la vida era algo monótono, difícil de describir. Así, fue evolucionando una humanidad, que sólo sabía procrear, destruir y desear ser diferente.





Karoline Herrera.


Deseos impertinentes de mañanas que no existen

¿Ha notado usted cuánto me agrada su silencio? Déjeme creer que es mío. Digamos que me agrada el de las mañanas, cuando me mira adormitado y no me dice nada; cuando se queda fijo y me pregunta alguna cosa. Ése silencio que me hace entender que usted está soñando, despierto, como le es costumbre.
Quiero creer que usted no sabe que estoy presente, haga todo como si no estuviera allí. Levántese, fume
con los codos apoyados en la ventana, vea la mañana y continúe en silencio; yo voy a pretender que estoy dormida y no puedo ver su gesto mientras dice alguna cosa para sí. Si voltea y me mira alguna vez, yo seguiré pretendiendo que no le contemplo, que no me interesa. Así usted hace el esbozo de sonrisa de quien no se ha percatado.
Y ya cuando su silencio deje de ser mío, sólo entonces, voy a levantarme y le abrazaré desde la espalda, le besaré el hombro y le haré participe de mi propio silencio. No sé cuánto estemos allí, si hablaremos o no diremos nada, sólo sé que cuando me aparte de usted y le mire de reojo, daré por sentado, como lo hago ahora, que las mañanas con usted siempre son calladas, siempre son perfectas.



Lina María Montoya Rayo.