Colombia: Una película de acción.

Entre las montañas colombianas vivimos más que la realidad de cualquiera, una hermosa película de acción así como las protagonizadas por Stalone o Van Damme. Los armoniosos sonidos de las balas que solo nos llaman a preparar palomitas y saber que estamos en primera fila, viendo cómo se matan unos a otros sin la necesidad de televisión satelital. Es que es tan satisfactorio saber que todo esto se da porque en el país se le invierte más a la guerra que al desarrollo, debe ser porque los dirigentes, los que están en la cumbre de la cadena social son amantes del cine y quieren hacer de Colombia la mejor película de acción jamás vista. Es que primero el espectáculo de guerra que la educación. Es obvio que un país no se hace con científicos, maestros e ingenieros. Los militares son la salida a nuestra triste situación de supuesta intelectualidad.

Pero no, no solo es la guerra señores. Debemos sentirnos sumamente orgullosos de tener ante el mundo el reconocimiento de producir los dos polvos más consumidos. Café y cocaína. Aunque en estos últimos tiempos, Brasil se ha ido ganando espacios respecto al tema del café, pero al menos la cocaína es nuestro consuelo más grande. Es que saber que  la droga que producimos es de la más consumida y apetecida en el extranjero nos da suficientes razones para salir a gritar a las calles ¡QUÉ ORGULLO PATRIO! ¡QUE VIVA LA COCA! Lo que no entiendo, es por qué la gente es tan inconsciente y no consume el producto que mejor hacemos. ¿Frutas? ¿Alimentos? Coca señores, eso es lo que nos representa en el exterior.

Ya cambiando de tema, porque mucha gente no entiende el gran valor de la droga, hagamos un recorrido por la historia y hablemos del exceso de libertad que tiene la prensa. ¿Qué carajos le pasa al país? Aun no entiendo por qué no han cerrado todas esas prensas, blogs y radios liberales que solo quieren manchar y hacer quedar mal a nuestros admirables dirigentes que quieren pensar en el bien de sus familias y el suyo. Porque bien sabemos que primero los que queremos, luego los que mandamos, ¿no? Pero estos payasos con delirios de Jaime Garzón –que afortunadamente ya no está aquí intentando dizque arreglar el país- solo quieren ver honorables padres y esposos encarcelados por, dizque, corruptos. ¡Ojalá y no venga otro tipo inteligente pero descarrilado que se salga de lo cotidiano y no le dé miedo decir lo que piensa! ¡Qué horror! Les pido el favor de manera decente, que dejen de ultrajar y ensuciar el buen nombre de los grandes hombres que tienen a este país en la cima de las sociedades subdesarrolladas antes de que alguna persona que tenga más sensatez y menos tapujos que yo, los desaparezca inexplicablemente y limpiando un poco el aire sabiendo que llegará Uribe al congreso y que hay un iluso menos intentando dañar sus grandes campañas.

Para terminar, y sin extenderme más, les diré que ante todo hay que sentirse orgullosos y nostálgicos, porque el país mejoró del dos mil dos al dos mil diez. Es que fue Uribe el Moisés moderno que abrió los mares de la ineptitud de un Pastrana al que le quedó grande guiar a un pueblo. Ojalá llegue de nuevo y retorne como los grandes a manejar los hilos de un país que desde hace tres años está en luto por su partida. Pues no sabe la manera en que extrañamos la muerte a los guerrilleros, esa sí era la solución, y cuando no eran guerrilleros eran esos campesinos que solo ocupan espacio en las montañas cultivando dizque alimento. Afortunadamente los uniformes militares sobraban para disfrazarlos y así darnos la ilusión de que el país estaba más limpio cada vez.

Con amor, sensatez y deseos de que cuando vayan a un hospital los hagan esperar gracias al sistema.





Mario Andrés Toro Quintero.

La cabaña.

Por fin, las vacaciones de verano. Al había estado esperando ese momento, el dar clases en la secundaria no era trabajo fácil, no todos los chicos son tan agradables como él esperaba, pero eso ya había acabado, había decidido ir con su novia Mari a una cabaña que había heredado de su abuela, ella había muerto hacía dos años pero no había tenido tiempo de ir. Ahora había decidido que quería escribir un libro, y para hacerlo necesitaba estar alejado de la tecnología, en otras ocasiones había intentado escribirlo, pero solo lograba escribir una hoja por día, siempre terminaba haciendo algo diferente en su tiempo libre.
El sábado llegaron al pueblo de Steforf, la cabaña estaba a media hora de él, pero había parado para comprar provisiones.
-¿Son forasteros? –le preguntó el hombre del mostrador.
-Asi es, venimos a quedarnos en la cabaña de la colina.
-¿La cabaña de los McGover? –El hombre hizo una mueca-. ¿Son parientes de ellos?
-Al lo es, eran sus abuelos paternos, él y yo nos quedaremos un tiempo en ella.
-Sería mejor que se quedaran en un hotel. ¿Sabe? Muchas personas en estos dos últimos años han ido a adueñarse de la casa, no digo que eso este bien, pero después de subir allí nunca más se les volvió a ver, dicen que por esos lugares andan rondando lobos o algo por el estilo. No deberían ir.
Al, que estaba afuera fumando un cigarrillo entró en ese momento.

Misera vida.

Nunca he sabido realmente cómo soy. Soy un incomprendido que vaga entre el neón de las calles entre ebrios y animales callejeros tan sucios y olorosos que me confundo entre esa variedad de aromas. Vuelo entre parques llenos de esos árboles frondosos y espectaculares que hipnotizan a cualquiera, menos a mí. Generalmente me dejo hipnotizar por ese árbol del rincón que ya sin hojas y casi que sin vida se mantiene en pie. 

Una que otra vez me acerco a un bar y me tomo una cerveza, una gaseosa o un vodka que me queme la garganta y me recuerde que a pesar de ser un desgraciado, estoy vivo. Así que repito el trago y me levanto animado pensando en todas las cosas que puedo hacer así esté solo, pero eso me tortura. La soledad. 
A cada paso me retumba en la cabeza cada letra, sílaba y esa maldita palabra que me destruye, me derrumba, me desmorona. 

No, no necesito a nadie, pero necesito algo. Nunca le he pedido nada a la misera vida y ni siquiera puedo obtener tranquilidad. El aire me evita y a duras penas respiro porque un poco de oxigeno despistado es lo único que puedo aspirar. Soy un errante, un marginado que nunca quiso serlo, un desgraciado y malnacido que jamás quiso nacer. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

Sin talento y con tiempo.

Después de mil viajes entre letras, palabras, sonidos y páginas encuentro mi paz. Recorriendo papel e imágenes que ilustran mis sentidos y me hacen transportarme a diversas aventuras voy encontrando mi camino a la vida. Mi sueño.

Empiezo a leer sobre un tema al azar y termino volando entre personajes buenos, malos, interesantes y otros algo sosos. Eso para mí es una tranquilidad tan enorme que solo puedo sonreír mientras disfruto lo que veo, lo que leo, lo que hago. Luego busco hacer algo parecido pero poniendo, en cierto modo, mi estilo.

Tomo una hoja, el celular o el computador y casi que entregando mi vida y mi ánimo en eso, empiezo a redactar alguna aventura, historia o relato que se me pueda ocurrir. Por momentos me he sentido orgulloso y capaz, casi que feliz. Pero en otros y para desgracia de mi sueño, me siento frustrado y fracasado en este camino arduo y complicado de representar anhelos, momentos extraordinarios en palabras que hagan de cualquier momento algo épico. 

Hoy puedo ver que con este completo cien, al menos de los publicados, y la conformidad es tan mínima que la vergüenza me invade. No he encontrado lo épico en mí o en alguna palabra escrita, pero sí he encontrado un refugio que me libra de los males y demonios que me agobian cuando no me desahogo. 

Para concretar esto, me queda agradecer a quiénes han leído con gusto la falta de talento y el desborde de recursos por los que me he valido para llegar hasta acá.




Mario Andrés Toro Quintero.

Razones.

-Hola cariño. 

-Hola querido, cómo has estado?

-Para serte sincero, he estado pensando muchas cosas. 

-El contarme podría ser una buena solución a tus dilemas.

-Iniciaré diciendo que he estado pensando en razones para amarte y bueno, te contaré. Sencillamente amo la manera en que al tocar tu espalda, tu cara, o cualquier centímetro de tu cuerpo siento que mis dedos son pinceles y tú eres un lienzo perfecto que jamás quiero dejar de trazar. Luego vienen tus ojos, oscuros, profundos y expresivos. Créeme cuando te digo que lo que más amo es su brillo constante, tan refulgente como una noche en extremo estrellada por el cual me puedo ver reflejado en la intimidad de tu mirada, en la profundidad de tu alma. También te amo por esa sonrisa perfecta y ese gesto de ternura que solo me inspira amarte, protegerte y soñarte. Realmente lo que quiero para mí, es besar esa sonrisa por el resto de mis segundos. Cada vez que beso esos lunares siento que viajo en un universo diferente, en el cual encuentro mil sensaciones nuevas que mejoran al cambiar y cambiar. 

Por último y para no extenderme en serio, diré que la razón más grande de toda esta historia, tal vez de locos, tal vez de apasionados, es amarte. 

-Oh, eso fue hermoso. No sé qué decir. 

-No digas nada, solo déjame amarte. 




Mario Andrés Toro Quintero. 

La Sombra.

Elizabeth se dirigía a su casa. La fiesta había sido estupenda, pero le molestó el hecho de que su novio se embriagara, él había dicho que cuando terminara la llevaría a casa en su carro, pero ella no quería correr el riesgo.
La noche era hermosa, la luna brillaba con fuerza en un cielo bañado por estrellas. Sí, la noche era perfecta.
De repente comenzó a sentirse mareada, pero no era por el alcohol, ella solo había bebido una o dos copas. Al sentimiento de mareo le siguió uno de angustia y este se convirtió en miedo, un miedo irracional como el que sienten los niños cuando les apagan las luces de su habitación, volteó a mirar a todos lados, paranoica, pero en la calle no se veía más que el vaivén del tráfico habitual.
-Una señorita no debería caminar sola a estas horas –escuchó decir a un hombre y luego lo vio, estaba justo delante de ella, y se sorprendió de no haberlo visto antes.
-Yo… –el miedo ahora era mucho más intenso, sentía como todo su cuerpo comenzaba a temblar.
Estaba a punto de echar a correr cuando los ojos del hombre se posaron en ella, eran ojos profundos, que parecían hurgar en lo más profundo de su alma.
-Sígueme –le ordenó él y ella no dudo ni un segundo, ahora sentía que haría cualquier cosa que le pidiese.

Cazando al sol con sonrisas.

Tomé entre las manos un rifle azulado y me lancé en clavado hacia aquellas selvas entre verdosas y rojizas que me distorsionaban toda imagen a cada paso. Me sentía perdido y algo asustado al temer por mi vida, por mi rifle, por la expresión en mis ojos negros y grandes como el vacío. 

Luego piso algo parecido a una mina y al estallar escucho un sonido tan hermoso, como de otro mundo y mientras muero disfruto aquella hermosa tonada que solo hace que el momento sea ameno y mientras la luz de la vida se me escapa, las notas recorren cada centímetro de mí. Segundos antes de morir me estremezco y luego me marcho a un lugar mejor.

Todo a mi alrededor se torna oscuro hasta que la luz se extingue a lo lejos, en un horizonte que jamás recorreré, pero me siento respirar y soy feliz. Intento moverme y surte efecto lo que creí sería fallido y sonrío levemente. Abro los ojos y me encuentro con unos brillantes ojos, una respiración que va al compás de la más hermosa canción y una sonrisa tan maravillosa que me ilumina la mañana. Me encuentro contigo a mi lado mientras empieza el día. 



Mario Andrés Toro Quintero.

Recuerdos de una amante y su infortunio.

Brindemos. Brindemos y levantemos estas copas relucientes y descaradas para que el desgraciado y vacío cantinero nos las llene de lujuria, de una sed por sexo sin amor y asesinatos sin sentidos, texturas, formas o satisfacciones.

Recuerdo aquella noche en la que fuimos a ese viejo bar por un coñac de esos que me gusta tanto a la luz de la luna tenue y penetrante. Recuerdo tu delicada voz pidiendo un margarita para tras dos o tres sorbos, tal vez, lo despreciaras por tener un sabor casi tan amargo como tu presencia en mi cama. Ese frío me tentaba a después de unas cuantas palabras en la barra, llevarte a un callejón oscuro y hacerte el amor tan fuertemente, que tus gemidos se mezclaran con el maullar de los gatos, con el cantar de la noche. Desgraciadamente, para mí, no fue así. 

El señor del sombrero verde.

Entre estas casas coloridas y mi sonrisas casi tan sincera como el gesto de ayudar a una indefensa anciana a cruzar una avenida peligrosa vive Rogelio, o como suelo llamarlo; El señor del sombrero verde.

Lo observo a diario por una abertura cerca a la puerta del hogar de mi vecina y me perturbo. ¿Por qué desde el hogar de mi vecina? Simple. Morí hace varios años y me dedico a recorrer callejones, países, pero siempre vuelvo aquí, a mi hogar. En mi casa sucedió todo y eso no me da tranquilidad para espiar a ese hombre extraño de barba irregular y párpados caídos, cansados. Vengo aquí también por el ambiente tan agradable que se vive en esta familia, pues a pesar de no ser visible para nadie, disfruto el tiempo aquí.


Sin libertad

El tiempo ha sido eterno. Aunque para algunos la vida ha pasado tan común como siempre, desde aquél 6 del 7 para mí el tiempo ha sido gélido y punzante.
Algunas veces he estado tan loco como para creerme libre, he sentido esa sensación de volar, he estado en el clímax del pensamiento, he saciado la sed de energía y fluidez que siempre he tenido.
Pero algunas veces he estado tan cuerdo, como para saber que la libertad es efímera, que siempre que voy a mitad de camino, choco contra las rejas de la realidad. Aún no logro comprender qué tan alto están, pues siempre voy soñando.

Algunas veces miro atrás, y veo cómo las experiencias han formado cada paso del camino, pero desde acá puedo ver un gigante abismo, uno que dividió lo que fui, y lo que puedo ser. "Sin usted no soy", quizá es una frase válida en este momento. Y es que no encuentro manera tal para hacerle entender que la libertad se ha ido junto a usted, se ha ido toda esperanza de soñar, se ha perdido la fe en mí.
Sin usted no soy libre, entiendalo, mi libertad está inmersa en usted, no hay nada más placentero que recorrer cada rincón de su alma, y eso, para mí, es mi más grande libertad.

Cristian Rincón

Viaje a través de nuestros viajes.

Entre nubes de dulces colores y suaves olores me sentía morir de la felicidad extrema. Ese sentimiento que conocí a tu lado. Besos de texturas y sabores desconocidos por los mismos dioses. Gracias por mostrarme aquellas nuevas sensaciones que contenían en cada mínimo roce de tus labios con los míos la energía de un nuevo universo. Cuando se cruzaban nuetros ojos, una estrella más grande que el sol estallaba y una nueva dimensión surgía.

Viaje a la locura.

Neblina desgraciada no traiciones a estos pobres y débiles huesos que esperan ansiosos por, tal vez, un viaje que no tenga fin. Frío maldito este que me quema las entrañas a pesar de estar oculto tras los muros de metal y putrefacción de este enorme bus que carga vidas más o menos inútiles que la mía.

Esta noche devasta cualquier roble con alma que deambule por las vías que transitan los valientes jinetes que cabalgan estos juguetes metálicos mientras ruedan esperando que lo último que los traicione sea el destino confuso.

Veneno.

Voy siguiendo con mi olfato y sin mirar ni adelante ni atrás. Corro a toda velocidad y mi único referente, lo único que me guía es ese aroma que me hipnotiza y el que siento que se aleja así que acelero más y más. Es un aroma espeso y profundo, siento que casi puedo tocarlo y que me mata poco a poco. Eso me enamora cada vez más. 

Sé que si llegase a abrir los ojos, quedaría ciego al divisar mil colores y una luz blanca y profunda estrellándose en mis retinas, generando quemaduras tan placenteras y espectaculares que alcanzarían a freír parte de mi cerebro. Estoy tentado y quiero derretirme un poco el cráneo con tal de ver qué o quién genera ese olor tan perfecto. 

Libertad soñada.

Veo una luz al final de este túnel interminable y es cuando llega la sonrisa. Empiezo a correr y las vestiduras se me van disolviendo sin que yo me dé cuenta. Cuando menos pienso me arden los pies y siento un frío desgarrador que me hace sentir muerto por un instante. Efectivamente estoy muriendo. 

Los gruesos muros de este enorme lugar están cubiertos de naturaleza y olvido, de rocas y sueños pisoteados por un destino ruin que me ha dejado acá. Me siento frustrado, encerrado y la claustrofobia ataca mis esperanzas hasta ahogarlas en un mar de llanto interminable. Empiezo a lamer la sangre que brota de mis pies para que vuelva a mí, para que me nutra o me mate de una vez. 

Soledad.

Soledad. Es así como ahora llama a su amante indiferente que todas las noches le cubre las caderas y los finos hombros con su manto. Recuerda cada noche entre lágrimas heladas la silueta de su amante que ha huido lejos de sus besos, de sus caricias y sus sueños.

A veces sale de las cobijas, de ese fuerte lleno de malos recuerdos a caminar entre habitaciones, bajando y subiendo escaleras. Recuerda su silueta parada en la cocina o saliendo del baño con su pelo mojado y su cara fresca. También recuerda la sombra que recorría las paredes de la casa, que acariciaba cada grieta y cada cuadro que decoraban lo que un día fue un hermoso hogar. 

Seductora soledad.

Después de deshacer mi habitación con su amor y lujuria, él se marchaba. Llegaba la soledad, me abrazaba y danzaba a mí alrededor; como si los suspiros no fueran suficientes; como algo que me quema por dentro, frío y vil.
Con su manto cubría mis ojos, me tomaba de la mano y me llevaba a un océano de nostalgia absurdo. Me traía el olor de su cuerpo, el sabor de su piel, me susurraba su nombre, su voz. Me sentaba y empezaba a pasar por mi cuello, la adrenalina de mi cuerpo empezaba a aumentar y mi sexo se mojaba por su respiración. Se reía de mí, de mi deseo de tenerlo cerca.

El ángel de la muerte.

Galie se encontraba en el parque, a unas cuadras de su casa, le gustaba pasar su tiempo libre allí, leyendo.
-¡Ayúdame! Ayúdame chica.
Una mujer corría hacia ella con un una pequeña caja en las manos, parecía demasiado alterada, como si estuviera escapando de algo peligroso.
-Tienes que ayudarme.
-¿Qué le sucede? –pregunto Galie.
-Guarda esto por mí –dijo ella sin responder su pregunta-. Guarda este cofre, vendré por el en dos días.
-Lo siento no puedo recibir cosas de extraños.
-Guárdalo por favor –la desesperación se le leía en el rostro-. Pero por nada del mundo lo abras.
La mujer dejo el cofre en sus piernas y siguió corriendo, volteo la cabeza y dijo:
-Vendré en dos días, a la misma hora. Y no abras el cofre.

Las cartas a nadie.

Lo hago una y otra vez, se ha convertido en mi maldito ritual; cada noche mi alma se desnuda, se quita esas ataduras morales y éticas que le impiden ser libre, el papel grita y pide tinta... qué irónico, el estúpido papel pide eso que lo contamina, así como el estúpido ser humano pide amor.
Estalla en éxtasis el lugar, la tinta se une con el papel y cada sentimiento se convierte en palabra, cada palabra cobra vida y mi vida cobra sentido. Quizá esté anhelando ese sentido, ese que no me obligue a pensar en perder la vida.
La mano fluye en el aire y redacta una bohemia poesía que cuenta los recónditos secretos que guarda mi memoria, las frases de amor que se recitaron en el día se convierten en satíricos insultos. Ya no sirve amarla, ya no sirve rendirle fiel culto, ya no sirve tenerla en mi retina ni pensar en un futuro, ya no sirve nada, ahora sólo me reconforta escribirle.

Un reencuentro inesperado.

-¡DEMONIOS! ¡SUÉLTAME POR FAVOR!

-¡¿Qué?! ¿Qué sucede, cariño?

-Disculpa...solo fue una pesadilla. Un mal recuerdo. Vuelve a dormir.

-No. Noche tras noche tienes estos episodios y ya estoy cansada de pedir que me expliques. Es justo.

-Está bien, pero créeme, esto no es cómodo ni agradable.

-Habla, habla de una vez. 

-Tenía cinco años y era muy pobre. Mis padres poco me querían, pues era un niño inquieto hambriento, siempre comía "lo que no debía comer". En realidad sentía que me odiaban. Un día sin dolor ni nada...En serio no creo ser capaz de hablar de esto...