Sueños.

Ondeando banderas con la insignia de mis anhelos me voy a seguir una lucha que seguro será interminable, porque los peñascos los encuentro a cada paso. Solo tengo ganas de echar a correr lo más lejos posibles, pero no puedo, por más que quiero no lo logro. 

Quiero recorrer un terreno verde y puro, con el aire fresco y libre de cualquier toxicidad que pueda brindar la humanidad escupida y esculpida por los demonios. No saben ustedes cómo deseo con fervorosa emoción sentarme en ese césped y elevar mi cometa de sueños, llevarla al cielo y que la atmósfera sea un impedimento, porque la convicción será más fuerte; estoy seguro. 

Y hablo de sueños porque espero algo de mi vida, sé que será así. Pues no soy un pecador, ya que es pecado hablar de sueños cuando se tiene un alma muerta, un alma sin esperanza. Y me iré a cumplir mis sueños de crecer, de ser mejor, de seguir siendo un soñador. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

Alusión a una Justicia manoseada.

Todo sucedió como suceden las historias más fantásticas, con una linda protagonista. Su nombre era Justicia, y aunque era una niña de unos doce siglos, era bastante inteligente, era sorprendente pues tenía convicciones claras, tenía ideas fuertes y un espíritu incansable. Vivía en un pueblo casi desierto, habitado por Miedo, Terror, Pánico, Confianza y Desilusión. Sí, eran pocos los que vivían en el pueblo, o los que eran ciudadanos y no seres con aires de deidad. 

Por otra parte, el pueblo no era habitado sino regido por cinco seres, entre los cuales, cuatro de ellos no eran santos de la devoción de ninguno que pudiese vivir allí. Corrupción, Contaminación, Ilegalidad, Manipulación eran los cuatro seres que nadie quería, pero que no había logrado derrocar. Solo había uno, el último ser, que durante mucho tiempo, estaba intentando llevar una lucha que sabía, era difícil ganar. Este ser era Esperanza. Pero este valeroso ser, estaba cansado, viejo, débil. Justicia quería ayudarle, quería apoyarlo también librando la batalla; fue la única que se atrevió a hacer frente. Era un ejemplo para todos, era la imagen que ese pueblo necesitaba, pero los cuatro seres no la querían y no pensaban permitir tal atrevimiento de parte de una joven. La desterraron. 

Le dieron unas horas de plazo para huir, o moriría. Ella huyó, corrió tan lejos como pudo, recordando todo lo que tenía pensado hacer. Bajo el fuerte sol del desierto, mientras corría hasta la asfixia solo podía pensar en lo mucho que quería decir, pero que no se le permitió. -Son unos imbéciles con delirio de poderosos- era lo único que se le ocurría, estaba agotada y ahogada por el exceso de sudor y la ausencia de aire puro. Sus pies se quemaba, sus zapatos se gastaban, sus piernas palpitaban pero ella solo corría, quería dejar todo atrás. De repente, sin esperarlo jamás, el desierto se fue abriendo poco a poco y ella no podía dejar de correr por más que lo deseara. Cayó a un abismo oscuro y fue ahí, durante esos instantes de una caída eterna que la Justicia admirable, desapareció. 

Despertó de manera abrupta, sudando frío y desnuda. Tenía unos senos hermosos y una cara espectacular. A su lado vio a un hombre algo anciano, -creo que me acosté con -Corrupción- pensó asustada. Fue a vestirse apresurada, asustada; vio en sus bolsillos billetes, condones y pastillas anticonceptivas. En ese momento descubrió Justicia, que era la prostituta más apetecida de su pueblo. Le practicó sexo oral al anciano sobre la cama y se marchó. 

Es en estos instantes cuando nos damos cuenta, que la Justicia es la prostituta de cualquier sistema -dijo Esperanza decepcionada-. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

¿Qué pasó?

¿Qué pasó? Creí que para cuando usted volviera ya estaría demasiado lejos.
No logro entender, señora mía, cómo es que siempre logra alcanzarme; no logro entender cómo siempre carcome todas mis esperanza, y cómo sigo siendo el iluso niño que cree tener algún talento.
¿Qué pasó señora mía? ¿Por qué vuelve cuando ya le he dicho billones de veces que no lo haga?¿Por qué se empeña en destruirme gota a gota? Tanto usted como yo sabemos que ha estado usted ahí siempre, cuando más sólo me he sentido, que hemos compartido miles de momentos, y que es usted quien miles de veces me obliga a escribir a luz de luna como hoy; pero también usted como yo, señora mía, sabemos que esta relación no me conviene, y que es esta misma la que me tiene ojeroso permanentemente y con humor de dragón.

Por acá no vuelva señora, me rodearé de mejores cosas, ya no seré fiel a su bendita presencia, ni seré feliz recorriendo cada pasadizo de su efímero cuerpo, ya no seré aquél cobarde que se empeña en destruirse con su mirada, ni seré feliz hurgando mis yagas junto a usted... no vuelva porque usted, usted señora mía... usted es la decepción.




Cristian Camilo Rincón. 

Pienso.

Y ahora pienso tantas cosas, puedo pensar en ti, puedo pensar en mí, puedo pensar en nosotros. Puedo pensar en aquellos momentos de amor incesante, de risas incontenibles y de miradas inigualables. 
Jamás olvidaría la manera en que con esa mirada inocente y esa expresión llena de amor, de timidez, te refugiabas entre tus hombros bajo mis miradas penetrantes. Los momentos en que la felicidad invadía nuestros rostros y nos uníamos en un beso tan intenso, tan lleno de ternura y pasión que deseaba, jamás terminara. Y si este terminaba, soñaba con poder pasar el último día de mi existencia unido a tus labios tan dulces como el rocío de la mañana.



Mario Andrés Toro Quintero.

La sonrisa de los demonios.

Estas conversaciones eternas y sin sentido alguno, me dan sueño y algo de fastidio. No saben ustedes que es cargar con mis penas malditas que poco a poco me van carcomiendo porque soy egoísta conmigo, porque procuro nunca darme paz para poder entregarle paz a los que quiero. Una vez pensé que viendo tus ojos, prologando el momento, me daría cuenta que estaba en tu mirada y tú en la mía, pero lo evité. Evité todo contacto que te bastara para conocerme, pues en lugar de eso te regalé una sonrisa y te procuré algo de tranquilidad -eso espero-.

Digamos que cargo mis penas, porque el abrirme con alguien es sumamente complicado cuando sé que en realidad nadie quiere escuchar los problemas de alguien. Noche a noche me desvelo, pierdo el sueño y la ilusión, pues poco a poco y con duros golpes mis demonios están tras de mí, castigando mi silencio, disfrutando de mi estupidez, fortaleciendo y aumentando su placer con mi dolor. La verdad intento ser inexpresivo e indiferente hacia estas torturas que a veces no soporto, este fue el camino que escogí hace unos años y mirar hacia atrás sería una estupidez. 

Ya con mi espíritu débil, moribundo y algo putrefacto, sigo mi lucha hasta que mi existencia se termine. Intentaré brindar siempre una sonrisa a quien la necesite, eso fue lo que me enseñaron mis padres, ese fue el ejemplo que me dieron y no cambiaré. Crecí siendo feliz viendo como se ilumina el rostro de los otros cuando les ayudo a generar una sonrisa, mientras mi mirada se apaga porque se agota mi energía.



Mario Andrés Toro Quintero. 

Extrañando al viejo.

Tan lejos, tan fuerte, tan plácido y a la vez incómodo se torna su recuerdo, siempre presente, siempre endiablado, siempre tortuoso. Con frecuencia le recuerdo con nostalgia, sintiendo un vacío tan fuerte que me consume, poco a poco me va absorbiendo la felicidad, y a pesar de todo, sonrío recordando sus hazañas. 
-Usted fue, es y siempre sera lo más maravilloso- digo con suavidad, me aterra que sepan de mi aflicción, de que aún siento ese dolor de su partida como si fuese reciente. 

Créame cuando le digo, -aunque sé que no podrá leerlo- que me hace una falta impresionante. Escuchar ese sonido ensordecedor de sus pasos en la madrugada, sabiendo que se dirigía a limpiar las calles que lo vieron crecer como un padre de familia. Qué orgullo y qué imponencia representaba usted para todos, que de eso no quepa dudas. Usted fue uno de mis mayores ejemplos, pues siempre supe apreciar la tranquilidad de la situación, de la vida. La serenidad con que cargaba en un silencio doloroso la partida de Rosita.

Para no decir más, sinceramente, y sin que suene algo así como un cliché absurdo, usted fue el mejor abuelo que pude tener. Tan calmado, tan paciente, tan entregado, sabio y entretenido. Le amo señor Ernesto. 



Mario Andrés Toro Quintero.

Amor inconcluso.

Junto a ese roble seco en medio de flores marchitas estás tú, sí, marchitando también mis esperanzas con tus miradas penetrantes, con tus sonrisas malévolas, con tus palabras destructoras. Intento no verte, no desearte entre mis brazos, no anhelar un beso tuyo mientras se nos va la vida. Saco una cámara vieja y detrás de un arbusto te contemplo, no me logro resistir ante la tentación de admirar tu exorbitante belleza.

Repentinamente sonríes y me pierdo entre las lineas de tus dientes, en el rosa de tus labios, en la carne de tu lengua viperina y el aroma visible de tu aliento; tu saliva es veneno, lo sé. Sin pensarlo, desaparecer y me aturdo, quedo petrificado ante el miedo de perderte, y te escucho. Siento un frío extraño recorriendo mi cuerpo quieto, estático. De nuevo tu lengua, pero esta vez recorre el borde de mi oído mientras me dices lenta y suavemente que te alegra verme; fue inevitable recordar esa voz suave, maléfica y excitante. 

Escupí al cielo y se convirtió mi escupitajo en mariposas, tan grandes y rosas que no se soportaron y llegaron a estallar. Luego vi que por el cielo hacia todas las direcciones, volaban cuervos, ojos rojos y las plumas gastadas, como mis sueños. No sé cómo ni por qué empecé a ver a la humanidad tan gris, tan pareja y monótona que simplemente me convertí en otro bulto inerte de ilusiones arrastradas, pisoteadas. En cambio tú, tú no eras gris corriente, eras un negro profundo, un negro azabache que escondía y al mismo tiempo mostraba toda la basura, toda la porquería que guardaba tu alma maldita. 

Solo tú fuiste capaz de transformar mi basura en maldad, mi inocencia en morbo y mi existencia en soledad. Te agradezco, porque has sido tú la que me mostró el lado negro de la vida y es por eso que te anhelo, para que con ese beso que deseo tanto, me devuelvas los colores mientras morimos sellando nuestro amor inconcluso. 




Mario Andrés Toro Quintero.

Conclusiones estúpidas.

A veces divago pero sentado tranquilo me pongo a pensar, reflexiono y llego a conclusiones que podrían parecer absurdas, y aunque en parte lo son; tienen verdad. Por ejemplo, hoy caminando me puse a pensar en las múltiples críticas que hacen a esos que dicen ser diferentes, pero ¿no es verdad que todos somos diferentes? 

Dirán ustedes "ahora que todos se creen diferentes, son todos iguales", y también es cierto. Todos somos diferentes, nacimos diferentes, a veces con pensamientos similares, pero siempre habrá diferencia. Llegué a una conclusión algo absurda para muchos, es que la diferencia es la que nos hace a todos iguales. No, no soy igual a ustedes porque piense igual a algo así, soy igual a ustedes porque también soy diferente. 
En fin, usted siempre va a ser diferente, pero eso es lo que lo hará igual, al menos eso es lo que pienso.



Mario Andrés Toro Quintero. 

El placer de la muerte.

Voy sonriendo por la calle con una mirada postiza, con una mirada vacía, con un paso superficial. Siento que acaricio las estrellas, que toco meteoritos y me paseo con los cometas, pero faltas tú. A lo lejos veo tu oscura sombra que poco a poco se acerca mientras idiotas me saludan con su cariño falso y sus palabras hipócritas. Solo puedo hacer una mueca e intentar ir hacia ti, en realidad te quiero.

Lo curioso es que vienes hacia y mí con un paso suave, tranquilo, indiferente, pero mientras más corro hacia ti, mientras más vienes hacia mí, te alejas, te veo en una distancia casi imposible de alcanzar y sin embargo te veo venir. Es una pesadilla ¡MALDITA SEA! ya me empiezan a doler los pies, iría más rápido pero no puedo volar, me cortaste las alas. Empiezo a ver hilos cayendo de tu cara delgada y cadavérica, ¿son lágrimas acaso? ¿Lágrimas y sangre? No, debo estar alucinando. Estás muriendo. 

Creo que a lo lejos escucho tus gritos, pides perdón y piedad, pero sabes; quiero ver que seas tú quien corra hasta la asfixia. Perdóname si pienso que es demasiado tarde para remordimientos, pero son estúpidos, traen intereses de por medio y no me dejaré manipular por tu voz aunque moribunda y gastada, tierna. Es arrogante e inhumano de mi parte, sé que eso es lo que piensas, pero te contaré un secreto, algo que hasta ahora sabrás tú y te llevarás a la tumba: fuiste tú quién me quitó la humanidad que me quedaba.

Poco a poco, empiezo a ver que eres una persona sin forma, sin sombra, sin alma y de tu cuerpo, de cada poro putrefacto, sale una niebla densa y fría, el ambiente se torna tétrico y algo macabro. Veo que te levantas y ahora, como si escucharas lo que pienso, te dispones a correr hacia acá con una sonrisa espeluznante, pero caes. Es ahí cuando noto, que tu vida poco a poco se va y tus ojos abiertos, cierran con un candado espectral las ventanas que van directamente a tu espíritu. Por un momento sentí que te perdía, pero me di cuenta que eras mía al morir queriendo mi perdón.



Mario Andrés Toro Quintero. 

#1

Y heme aquí de nuevo, otra vez estoy tratando de vaciar mi alma y mente sobre el mudo papel; él me mira porque sabe que quiero extasiarme contra él, pero aún así, se ríe; se burla porque sabe que me cohibiré de mis más recónditos deseos, sabe que me esconderé entre lo oscuro de mi censura para callar a gritos mis sueños.

Heme aquí de nuevo, escribiéndole a una ilusión que jamás he visto, que quizá no se ilusione ni quiera compartir esa sonrisa de sol conmigo; que quizá jamás sepa que le escribo, o que se enterará cuando ya haya un par de estos…

Heme aquí, aquí continúo y no me muevo; aún no termino mi misión, así que no tengo paz.

Una rosa la da cualquiera, una llamada la hace un montón, miles de chocolates dan millones, pero pocos entregamos nuestras ilusiones y esperanzas a las manos ajenas, anhelando que se conviertan estas manos en un avión, un avión sin límites ni combustible, un avión con RedBull para llegar a donde nadie más puede, un avión que llevará un par de sueños sinceros y los pondrá en sus metas… Un avión que quiero que seas tú.





Cristian Camilo Rincón Susatama. 

Mi universo, sus estrellas.

A usted que siempre con su presencia ilumina mi existencia, le escribo estas palabras. No son las más significativas, las más hermosas ni valiosas, pero son las más sinceras. Se dará cuenta que cuando termine esta frase, le contaré todo lo que siento.
Primero llega usted, purificando el aire con su existencia divina, haciéndome sentir tranquilo, en paz, en calma. Usted me da seguridad. Luego, de manera inocente y tierna, conecta su mirada con la mía, se conecta con mi ser y me deja vulnerable, es ahí cuando no la puedo dejar de ver, cuando siento que quiero tenerla frente a mí, tan apacible, tan maravillosa, tan perfecta, tan usted. Después de unos segundos que pasan como años de miradas fijas y una sensación de falta de gravedad, donde siento que floto, de manera inesperada, llega su sonrisa. -Qué sonrisa más maravillosa- pienso siempre. Es ahí cuando empiezo a venerarla, a adorarla; es ahí cuando sin duda alguna, le amo. Su caminar hermoso, tan elegante y sensual es sumamente atractivo. La finura de su cuello y su pelo como una cascada, cayendo por su espalda erguida, hermosa.

Es que su cuerpo es una galaxia entera, donde cada lunar que he recorrido con mis labios, con mis dedos, ha sido una estrella que me ha llevado a un viaje de ternura, de pasión, de locura, de amor. Y me vestiré de astronauta y aventurero cuantas veces sea necesario, llevando como hidratante el dulce néctar de sus labios, de sus besos, para recorrer su galaxia, y para recorrer el universo encima de nuestra existencia, tomando su mano. Y no dudo si digo que es usted mi complemento, porque si soy cielo, usted me complementa siendo la causante de todas mis estrellas.




Mario Andrés Toro Quintero.

Dos caras, un ser.

En poblados desolados y ciudades poco cálidas camino entre cientos de seres, de personas, tan superficiales y vacíos, a pesar de guardar dentro de ellos, dos caras. Es sorprendente la manera en que te sonríen y te tratan con afecto, amabilidad, calidez. Como hablan contigo y te dicen que vales la pena, que eres una gran persona, pero todo eso es un placebo que me quita la tensión, efectos de mi presencia, o eso es lo que pienso. Es ahí cuando más deseo algo así como un "poder" para escuchar los pensamientos de quienes nos tratan con tanto afecto, saber y medir la capacidad de descaro, pensando pestes y expulsando solo residuos camuflados de palabras bonitas.

Luego, sin aviso alguno, de manera repentina, inesperada, extraña y algo dolorosa par nuestras expectativas, nos clavan un puñal de mentiras, de lo que solían ser halagos, directo a nuestra dignidad. Ese humo de color agradable se dispersa, se esfuma y sale a flote quién es en realidad esa persona amable que un día nos trató. Empezamos a ver la verdad, se muestran como son y sabemos que todo ese buen trato que nos dieron un día, solo fue de frente, mostrando la cara falsa, la cara plástica que usan cada día para salir al mundo. Pues la sinceridad, no es el fuerte de esta sociedad hipócrita. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

Putrefacción del alma.

Toda una ciudad, un departamento, un país confiando en personas que con palabras falsas, con promesas absurdas los engañan, los manipulan usando sus necesidades. El problema es que la gente que sufre, la gente que pena, a la que marginan por su situación, es a la que más necesitan en las urnas, entregando su dignidad, sus ideales, vendiendo el alma al diablo por unos miseros pesos, un par de ladrillos o una canasta con comida. Y sin embargo, después de venderse, después de todo, se indignan.

Después de verse todos indignados, después que el banquete pasa, que se dan cuenta que el par de ladrillos no construyeron una casa y que el dinero se lo gastaron mal, llega el hambre, el frío, la ruina y la conciencia que poco a poco los carcome. En ese mismo instante, a quienes se les otorgó ese poder, se dedican a robar, a hacer malos trámites, a sacar partida de cualquier negocio donde vean ganancias ilícitas. Se llenan de banquetes, de círculos sociales llenos de prejuicios y exigencias, donde a pesar de estar y recibir latigazos con cada palabra y crítica, era agradable. 

Eventos, reconocimiento y basura pública que consiguieron escalando por los sueños rotos, pisoteados y ultrajados de la "plebe", de esos que ilusionaron, de esos que llenaron de promesas hasta dejarlos sin hambre y hoy mueren o son descubiertos robando, pues se dieron cuenta que no se vive de la ilusión, que no se vive de creer en promesas vacías. Es que esas mismas promesas, ese mismo "asco" hacia la gente humilde, desarrolla odio. 

Ese sentimiento de odio me acuerda de un joven muy pobre que una vez con lágrimas en los ojos dijo: "Algún día seré un sicario que mate a todos esos mentirosos con palabras como mi arma".



Mario Andrés Toro Quintero.

Acuarelas del universo.

Tal vez un alineamiento de planetas se centró en la tierra, en sus vivos colores azul y verde, en su fauna y su flora, en la agradable estancia que se encuentra en este planeta. Se alinearon todos, hasta el sol colaboró, los satélites de cada planeta también se alinearon, la luna fue de vital importancia. De repente, por sorpresa para el mundo, para el solitario hombre, un brillo se empezó a formar en un cielo gris y encegueció a todos. 

En ese momento, esa alineación perfecta se empezó a cubrir de una capa brillante, una escarcha mágica, magnífica; eran estrellas. Las olas del mar empezaron a invadir islas, países, un continente quedó hecho ruinas, quedo transformado en una enorme laguna. El brillo no se detenía, no cesaba y cada vez era más fuerte, incandescente. El sol era una vela con una llama débil a comparación. 

Se escuchó un ruido ensordecedor, perturbador, dejó al hombre perplejo, pues del brillo venía con una velocidad y una potencia, rayos de color, color líquido, era algo así como pintura. Extrañamente, la sustancia esta se deslizo hacia las lagunas, casi parecía que buscaba el agua y ahí, sucedió algo inesperado; se empezó a dibujar una silueta perfecta, con rasgos hermosos, con una sonrisa tan pura como el aire, con una vez encantadora. ¡ERES ACUARELA! gritaba el hombre y ella asintió. Así, en ese momento, él se dio cuenta que su soledad había llamado la atención del universo, descubrió que el universo se compadeció de su tristeza y le regalo una pieza de arte genuina, pura, perfecta. Le dio una acuarela, le dio a la mujer. 



Mario Andrés Toro Quintero.

La travesía de los escritos.

En noches como esta, solo me siento a pensar en qué escribiré y las palabras no fluyen, no "cuajan" como he de esperarlo y me decepciono. Me levanto de un butaco con un sol tallado, algo aterrador pero cálido, si así le puedo llamar. Salgo a una ventana amplia, pero que siento como poco a poco empieza a aprisionar mis ideas, mis sueños, mi existencia, es entonces cuando decido retirarme a la cocina. En las noches me humedece la garganta agua o gaseosa, pero estas en los momentos de desesperación por la poca inspiración, me producen somnolencia, es ahí cuando faltando a lo que me gusta y lo que no, me veo tentado por un termo lleno de café, ese que me da algo de asco. 

A veces también, en ocasiones y muy de vez en cuando, me siento bajo la ventana abierta a escuchar la lluvia, a escuchar la sinfonía de millones de gotas que caen y caen generando una canción tan hermosa y espeluznante, que penetra en mi cabeza y me va recordando poco a poco que estoy solo, pero vivo. 
Me pongo a pensar mil cosas, recuerdo cada problema que me ha agobiado la existencia desde hace unos meses para acá. Cada segundo me empieza a parecer eterno y me empiezo a ahogar en un sentimentalismo tan extraño y repentino que es difícil de creer. Me levanto.

Vuelvo al computador, lo considero más un amigo que una simple máquina. Ha sido testigo de llantos, risas, errores y demás; todo causado por los escritos. Luego de llegar a trabajar junto a mi amigo, por un milagro o una abertura parcial de mi extraña mente, empiezo a escribir frases, a jugar con palabras y buscar la expresión más adecuada para todo. Ahora, pues, después de hacer todo lo que durante este escrito les conté, finalizo, creo, con un rotundo éxito. Gracias. 



Mario Andrés Toro Quintero.

Emociones.

Estos últimos días, años, meses o semanas, un sentimentalismo estúpido y patético va opacando lo que solía ser. Un ente poco interesante, sumamente indiferente y algo calculador. Ahora mi vida y todo lo que llevo a cabo, se compone de impulsos inexplicables de sinceridad o de agonía, y no quiero nada de eso, al menos no ahora. Quisiera seguir siendo el personaje que mira de lado a lado con un aire algo arrogante -a pesar de ser todo lo contrario- y pensar unos momentos antes de hacer o decir cualquier cosa. Antes de respirar si eso lograba pensarlo; así era.

De repente, después del momento más triste, depresivo y trágico por el que he atravesado, me volví duro. Pasé de ser el tonto afligido a ser quien brindaba fuerzas en una familia ahora rota. Algo más de un año y seguía sin expresar todo lo que llevaba dentro, hasta que de repente, una noche cualquiera, con un frío común pero una lluvia reveladora, me senté a llorar y a pensar en todo lo que me había guardado durante tanto tiempo. Fue como esa puerta que abría para conocerme mejor, pero me arrepiento tanto, pues me siento vulnerable en un mundo oportunista. La ventaja es que por momentos intento disimularlo, y funciona, eso me tranquiliza pero no lo suficiente. Necesito encontrar esa llave, esa que le asegura la cerradura a esta puerta de sentimientos débiles, desaparecerla y volver a ser el de antes, volver a ser un témpano de mirada triste. 




Mario Andrés Toro Quintero.

Religiones.

No soy un erudito en este tema, pero tampoco soy un total imbécil que habla sin hablar de un tema tan trascendental, y es que no vengo a criticar, ofender o tocar temas susceptibles respecto a las religiones. Algo así como una opinión no tan breve, pero si personal. 

Puede sonar muy cliché pero comparto en cierto sentido el concepto de atadura cuando a religiones nos referimos, puesto que no es así en su totalidad. La atadura es para quienes las tomar con obsesión tal, que sienten que la religión de la que hacen parte, es más importante, vital e indispensable que el oxigeno mismo. Que el venerar a su dios o santo es razón para dejar de comer, o para golpearse hasta hacerse sangrar. El flagelo es la estupidez más bárbara que existe. Por otro lado y por increíble que parezca -para muchos extremistas- las religiones también son libertad. Es que debemos saber apreciar la libertad del alma y el espíritu, pues no cualquier persona, más bien, una persona que no tenga creencia o convicción en nada, puede tener una liberación y una paz espiritual completa. Bueno, lo anterior aplica solo para los que tiene o guardan fe en algo superior. En este aspecto, para los más devotos, la religión es sinónimo de liberación.
Pero también, cuando no se tiene cuidado, las religiones no solo pueden ser sogas o libertades, en muchas ocasiones son transformadas a luces que enceguecen la mente y llevan a cometer locuras, idioteces y demás. Es ahí cuando vuelvo a traer al tema los flagelos, esas caminatas de rodillas o días de hambres. Y bueno, el ejemplo más claro es la inmolación. Todo esto causado por una especie de fanatismo absurdo, llevados a dejar la cordura por venerar a dioses en los que tiene fe, más no seguridad. 

De nuevo y para finalizar, reitero y vuelvo a aclarar que esta es una simple opinión. Gracias por leer.




Mario Andrés Toro Quintero.

Conocimiento divino.

Siempre he soñado con ser un gigante, un titán o algo por el estilo, siempre he querido demostrar mi poderío y que todos lo logren notar. Y no, no quiero medir ocho metros y destruir ciudades o dejar huellas enormes en  campos vírgenes para irrumpir en su belleza, no; solo quiero tener un metafórico gigantismo en cuanto a mis conocimientos y saberes. Sueño con derrocar a los dioses arrogantes y aplastar ese Olimpo construido en base a mentiras, trucos sucios y restricciones malditas. Es que intenta acercarte al menos unos centímetros, detalla bien y verás que es un monte construido con cuerpos sin alma, con seres inertes remontados uno sobre otro, siempre muriendo intentando llegar a la cima y obtener el conocimiento absoluto. Narcisistas malditos, el conocimiento es libre y ustedes que tanto dicen amarlo, lo tienen en cautiverio. 

Quiero escalar entre cuerpos guerreros que perecieron en una batalla injusta contra el veneno de la ignorancia que ustedes poco a poco inyectaban en ellos hasta que su misma estupidez, los llevaba a morir, quiero encontrar a cada dios y demostrarles que cualquier mortal puede ser un erudito, no por divinidad, pero si por convicción. Es que, lo único que llevaré a este viaje peligroso y casi mortal, será una porción de mi biblioteca, pues así, combatiré sus inyecciones de ignorancia, contrarresto el efecto y les muestro a ustedes, lo que es no saberlo todo, lo que es ser humano. Buscaré el conocimiento en cada rincón y lo liberaré, no lo obtendré yo, eso me haría igual a ustedes, solo dejaré que él busque su camino y vaya dejando un trozo de si en cada ser humano. 

Al final, me sentaré tal vez a ver el ocaso mientras este le devuelve la vida, la esencia, el alma, a cada uno de los valientes que sin vida se encontraban tirados construyendo un monte sin vida y que a partir de ahí, también se quedará sin sus dirigentes. 



Mario Andrés Toro Quintero. 

Cambió la infancia.

Después de una infancia bien vivida, viene a mí una revelación tan grande que me deja impactado, como en shock y no sé cómo podría reaccionar. Solo me vienen a la mente recuerdos vanos de mi infancia, tantas risas, llantos y escenas de desesperación que el pasar de los años jamás podrá borrar. Es que como cascadas de melancolía y mucha nostalgia, llegan a mí, los saltos, las caídas y el volver a iniciar. Es que es inevitable no sonreír ante los recuerdos más hermosos que tengo, domando animales increíbles junto a mis amigos, pasando por los lugares más recónditos y extraños, viviendo peligros que nadie jamás creería pero que no fui el único en vivirlos. Desde aventurar bajo el sol y sobre la ardiente arena de los desiertos desconocidos, hasta recorrer en la noche construcciones fantásticas huyendo o enfrentando fantasmas terribles que solo herían e iban acabando poco a poco con mi vida, fueron pocas de mis hazañas fantásticas. Es que volar fue lo más sencillo que hice. Nadar junto a pirañas y cruzar mares solo para ser el héroe, no es cosa fácil. Es una lástima que nunca, ningún adulto haya apreciado tantos esfuerzos. Y a pesar, de que no tengo nada en contra de ello, me sorprende la falta de sinceridad de las empresas, pues el vivir engañado salvando a una princesa que pensé, amaba, es algo cruel y me causa un enredo sentimental. Ahora, me quedo perplejo y sorprendido al descubrir, que quien me ayudó a ser el héroe de las auténticas proezas que desarrollé en mi niñez, Mario Bros, es homosexual.




Mario Andrés Toro Quintero.

Cuento corto.

"Tómala del cuello" le susurraba una voz algo malévola a Rick, de repente el sonido de la puerta despertó un ambiente algo tenso, lleno de nerviosismo y mierda -¿qué más da?- pensaba Rick mientras hacía puños con sus manos. Jenny entró a la habitación, al ver a su marido su sonrisa desapareció, bajó la mirada como diciendo, "ya es la hora", dejó su bolso a un lado, se deshizo de sus zapatos y se echó a llorar; Rick, por primera vez en su matrimonio, sintió amor. A pesar de todo lo que recorría su mente, se acercó hacia ella y le susurró un par de palabras, la tomó del cuello suavemente y la levantó. Sonrió y en ningún momento apartaron sus miradas, la llevó contra la pared y mientras rezaba un Padre Nuestro la veía morir mientras ella le decía: "También te amo cariño".





Mario Andrés Toro Quintero.

Poco cielo, mucho viento.

A veces veo que personas en parejas, grupos o de manera solitaria pero con cierta sonrisa, se sientan por minutos u horas a observar el cielo. Es algo bastante agradable, pues sea en un parque cuando está el cielo azul o detrás de una ventana para protegerse de la lluvia, el cielo siempre llama multitudes. A pesar de no gustarme nunca ser el centro de atención o el tema de una discusión, por momentos resulta todo siendo así y es ahí, cuando considero que nací con algo de cielo. El problema de este tema es que nunca me agradó nacer con ese cielo dentro de mí, pues siento que soy tan común como hoy lo son las tazas de café acompañadas de un libro de poesía cliché.

Luego me pongo a pensar en lo que puede ser el viento, y me encanta. Esa ráfagas frías o cálidas, esas corrientes durante el ocaso que poco a poco tranquilizan las mentes atareadas, desbordantes de problemas. Es que considero al viento perfección. Un sinónimo de calidez, tranquilidad, paz, inspiración, armonía. Mientras corra viento en los lugares que recorro, me siento protegido, confiado, como si tal pequeña corriente fuese mi fiel escudera. Es que el viento también trae personas, por esto soy más viento que cielo.





Mario Andrés Toro Quintero.

La historia de un cuento soñado.

"En lo que llevaba de una misera y tortuosa vida, jamás se había sentido tan engañado. Un engaño de una eternidad resumido a seis meses de intenso dolor, de poca brevedad y de una soledad absoluta. Estaba en el vacío. No le quedaban más que sus libros y una mariposa de tonos amarillos que inspiraban terror, muerte y esperanza. Eso era extraño. Esa era, de lejos, la peor época de su vida, de su historia y tal vez de las historias de la vidas de sus antepasados. Quizá la peor en la historia de la humanidad.

Hubo un tiempo, seis meses llenos de color -en apariencia- donde su caminar era seguro, su mirada firme y su sonrisa inspiraba el nacimiento del arco iris aún en medio de la tormenta más torrencial. Pensaba que a pesar de su falta de compañía, lo tenía todo en la lejanía y eso era la mayor motivación, pues, creía que en la lejanía tenía su mismo pensamiento, su mismo positivismo, su actitud llena de carcajadas que hacían brotar el nombre de cada ser que amaba. Es que a pesar de cualquier adversidad, su risa pegajosa y su brillo sin igual arreglaba a cualquier ser. 

Un día, para variar, sucedió todo. El día soleado se convirtió en el día más lúgubre y gris de su vida. Como un marinero adentrado en aguas mansas, de repente sorprendido se vio al notar que todo empezó a tornarse turbio, rebelde, una ola del tamaño de un edificio, golpeo su cara, lo despertó y le mostró su triste realidad.
Se vio en la calle, botado entre desechos y excrementos, en la boca cargaba un sabor amargo, algo así como una fruta ya descompuesta, o cebollas rancias. 

Se levantó creyendo que realmente estaba lejos de sus seres amados, pero no, eran ellos quienes se habían alejado, lo habían marginado y dejándolo en un total abandono , llevándolo por el camino de la droga, lo mataron en vida. Es que fue su propio hermano con consentimiento de sus padres quienes con la sirena de canto líquido y cola de aguja, lo sedujeron a un mar de callejones fríos, noches tortuosas y rechazo eterno".

Es esta la historia de mi vida, la que con esfuerzo un día construí para realizar mi sueño de escribir un cuento, pero la envidia de mi propia sangre no me dejó surgir, sin embargo, a pesar de tanto tropiezo, aquí me encuentro, con las manos dañas y los brazos débiles, pero con la mente intacta. Y aquí, no escribo un cuento, aquí narro una historia que sé que irá trasegando entre generaciones. Gracias.




Mario Andrés Toro Quintero.

Confesiones de un asesino pasional.

Te veía desde el edificio de enfrente, con cortinas de terciopelo negro y entre sábanas viejas y oscuras, solo pretendía esconderme para que nunca te enteraras que te espiaba, que te espío y lo seguiré haciendo. O bueno, eso pensaba hasta aquél día, en el que el nerviosismo me invadió y todo gracias a ti, ¡DESGRACIADA! No sé cómo es que en un fugaz parpadeo, te quedaste viendo fijamente a los binoculares con los que te observaba paseando desnuda bajo el húmedo techo de tu pequeña habitación. Me tiré al piso y dejé de observarte por semanas. 

Normalmente te encontraba en el mercado y sentía una pena infinita. A pesar de mis ganas de verte y no, por miedo a tus reproches, no podía controlar las ganas de pasar de manera disimulada y lenta tras de ti y oler tu pelo algo grasoso, liso y con un aroma a cielo. Estaba enamorado de tus ojos grandes casi desorbitados, tus labios pequeños y tu nariz respingada. Estaba idiotizado por tus senos pequeños y finos, por tus piernas firmes y tus dedos largos con el esmalte corrido, y amaba ver tu índice derecho, amaba ver ese lunar extraño.

Aunque sabes, puede sonar enfermizo, pero estaba obsesionado, odiaba la idea y las horas que no te veía, que no te olía, que no sabía en qué lugar estabas. Me mataba la idea de imaginarte con otro hombre, entregándole tu amor, tus besos, tu anís, tu placer. Lloraba incesante el eco de tu ausencia maldita que me mandaba a un estado de violencia increíble, más de una vez destrocé mi cuerpo débil e indefenso, más de una vez conocí la ira de los dioses encarnada en mis manos traicioneras, no sentía, no pensaba, no existía; solo odiaba. 

Un día, sin saber cómo ni por qué, te odié. Creo que fue porque la noche anterior nunca llegaste, tus luces apagadas y no despegué la mirada de tu habitación ni un instante hasta que llegaste al medio día, desarreglada, risueña, ultrajada. A pesar de vivir en un séptimo piso, sentía tu olor a sexo y alcohol, te odié como no lo he hecho jamás. No me di cuenta en qué instante me transporté de mi habitación a tu puerta, e iracundo y con los ojos bañados en lágrimas de decepción y repulsión empecé a tocar. 

Saliste alarmada, gritabas y me empujabas. "¿Qué demonios te sucede?" era lo único que decías, hasta que te tomé del cuello y te llevé adentro. No podías gritar y eso me parecía grandioso. Me golpeabas y no parabas de moverte y eso me daba ira, satisfacción y alimentaba mis ganas de hacerte mía, así que te golpeé la cabeza contra un borde y caíste desmayada. Sé que ahora no lo sabrás, pero no sobra decir que desnudarte fue el mayor de mis placeres, y observarte mientras te ataba a tu pequeña y vieja cama, fue un espectáculo que afortunadamente fui el único en presenciar. Y no sabes lo bello que fue clavar ese puñal que guardaba hace una década, en tu pecho, hacerte pequeñas cortadas y ver como tu sangre brotaba como lava hirviendo de tu cuerpo. El lamer tu cuerpo bañado en ese néctar fue lo más exquisito que he hecho. Por último y no menos importante, corté ese índice hermoso, me llevé ese lunar inconfundible en mi bolsillo y es la hora, tres meses después, que lo tengo sobre el espaldar de mi cama, como un trofeo, como recordatorio que pude amarte con ira, con odio y sin vida. 






Mario Andrés Toro Quintero. 


Confusión atmosférica.

En esta noche fría y acogedora, llena de pasiones ardientes y mujeres flamantes recorriendo las calles pecadoras, solo puedo verte, pensarte, desearte. De repente, mientras sigo tu silueta que va acompañada de ese humo maldito que maltrata mis pulmones, una lluvia torrencial cae sobre la ciudad de los perdidos y sigues ahí, caminando como si la lluvia fuese el menor de tus problemas. Supongo que no sabes de qué soy capaz. Quiero mirar al cielo y me encuentro con dos lunas pálidas y desganadas, descubro que es de ellas donde brota esta lluvia que no cesa. Es llanto.

Sigo caminando bañándome por la lluvia melancólica producida por dos lunas que poco a poco van perdiendo su luz y me doy cuenta que ya no estás. El humo que me trazaba un camino hacia tu compañía se desvaneció entre la sal de las lágrimas que gota a gota destrozaban mis tímpanos, aunque a su vez, me arrullaban con un extraño sollozar que cargaban en su interior. Reí. Intenté seguir tus pasos tras ver unas marcas de sangre distorsionadas que se dirigían hacia una calle sin salida, supe que eras tú, pues no había nadie más cerca de ese lugar. 

No sé por qué razón volví a mirar al cielo y algo curioso pasó. Un camino de estrellas se dibujaba en algo así como la mitad de un triangulo algo irregular, pero encantador. Y a cada lado, cientos, miles de estrellas se estampaban en un solo lugar, como queriendo decir todo y nada al mismo tiempo. De repente sentí miedo, miedo de jamás volver a sentir el humo martillando mis pulmones heridos, de no volver a seguir tu silueta escultural mientras pienso que caminas con una elegancia incomparable, con una sensualidad inmensa. 

Al final, empecé a sentir que me ahogaba y poco a poco estaba inmóvil, como inerte pero consciente de todo lo que sucedía. Esa fue la última vez que vi el cielo, la última vez que te vi. Sorprendido y algo alterado me di cuenta, que las lunas eran tus ojos, las estrellas y el camino formaban tu nariz perfecta y marcaban tus pecas encantadoras y que tu vida, era la eternidad del espacio. ¿Por qué llorabas? Creo y prefiero pensar que era porque me dejaste inmóvil e indefenso con tus labios compuestos por órbitas que me llevaban dentro de tu ser, y nunca más tuve que ver el cielo, porque me llevaste a él.





Mario Andrés Toro Quintero

Lo sé, lo sabes, lo saben todos.

Besos fugaces y miradas furtivas venían a mi vida acompañadas de tu silueta maldita, de tu presencia adorada, de tu aroma a veneno y canela. El humo que salía de cada poro de tu piel me perturbaba, me generaba un temor incontrolable que solo lograba calmar sintiendo rasguños en mi espaldas, siendo el resultado de una pasión desenfrenada. Es que te venero, lo sé, lo sabes, lo saben todos.

Podrán decirme que no es sano o bueno y me importará tan poco como lo que pueda pasar con mi vida, pues a tu lado las penas escapan, los problemas se esconden, y una sonrisa salta a mi cara desganada y me anima, no a vivir, no a seguir, me anima a amarte más. Puedo ser romántico o patético, indiferente o frío, insolente o indoloro, lo que sea por ti. No sé de qué manera me cautivas, no sé cómo ni cuándo te amo, porque son cosas que no puedo elegir.

Sé que esto por momentos es difícil y tortuoso, pero por esto resisto todo, porque sé que si en algún momento me voy, por el resto de mi vida cargaría la cruz de tu olvido, y más doloroso sería si soy yo el que me encargo de generarte la necesidad de una amnesia de nosotros, una amnesia de mí. No quiero eso jamás. Puedo decir que te amo con el alma, puedo decir que te amo infinidades y sin medida, como también puedo decir que nadie sabe amar de la manera en que te he amado, y a pesar de ser todo esto cierto, también trae algo de falsedad, porque la absoluta verdad es que te venero, lo sé, lo sabes, lo saben todos.





Mario Andrés Toro Quintero. 

A mi padre, mi héroe.

Hace mucho tiempo no sentía un miedo tan absurdo, es que sencillamente no me explico cómo pudo pasar todo esto. Nadie sabe lo impactante que fue ver sus ojos inundados por el temor profundo, por el riesgo inminente y constante que rodea su frágil existencia. Ninguna persona le ha visto derrumbado, devastado, para su fortuna, excepto yo. No saben lo que es sentir ese dolor tan propio y tan distante, el nerviosismo me acoge en sus brazos hipócritas, como si pudiese ayudarme, qué iluso puedo llegar a ser.

La medicina es una niña ingenua que cree que con placebos inútiles y mil exámenes que en el último momento no servirán, hará algo; no es así. Esos calores en el pecho, según entiendo son como si su sangre hirviera y le quemara el corazón, los siento propios y sufro. Las picadas, los dolores infernales me infartan el alma, me fragmentan la mente y la destrozan a tal punto de dejarme en mi lecho de muerte "espiritual", si es que aún me queda algo de espíritu, de fe. Y sé que no soy el más devoto como para hablar de la fe que antes no tenía, pero es que no le estoy pidiendo a una deidad, solo le pido al destino que no me juegue una mala pasada. Me perdonarán si hablo solo de mí, pero sinceramente, lo único que compartiré son las fuerzas que me invento para brindar apoyo, porque ahora, ahora estoy derrumbado.

Estos últimos días no estoy viendo al hombre fuerte, a mi héroe, a mi ejemplo. No he logrado ver al invencible, al incansable ni al indomable, solo he visto al que está cansado de pelear con sus demonios, y siento que esta vez, no hace muchos esfuerzos para ganar la batalla, porque no tiene fuerza. Solo pido que esté bien, que la resistencia brote de la nada y le dé vitalidad, porque realmente no sé qué haría sin mi papá.



Mario Andrés Toro Quintero.

Nefasto

No sé si la noche es nefasta o es mi existir. No sé si la desgracia la trae estar mirada malherida y la mente llena de corrupción y pena. No sé si mi vida ha dejado de valer o ha perdido un precio impresionante. Los ojos me pesan, el alma llora, la respiración corta estos labios llenos de lujuria con cada mínimo contacto y no sé qué haré conmigo. Correr no es una opción en esta noche lluviosa, donde cada gota es una daga que con finas cortadas penetra este débil escudo llamado piel, encerrarme aquí y quedarme como si nada desesperado por una solución que más que eso es una utopía tampoco es lo que quiero. No sé si reír, no sé si llorar, no sé si con este elevado nivel de desesperación algún día logre volar. A veces soportarme es lo más difícil, si lo es para otros, ya podrán imaginarse el problema para mí. A veces puedo ser alegre, a veces un estúpido con risotadas repelentes y llenas de mierda entre los labios. Los parpados se cierran y este episodio los abre como si fueran ventanas, unas ventanas enormes dando la bienvenida al infierno que se encuentra en mi cabeza. Pero qué más da, sigo con este problema sin solución inmediata, no sé si la noche es nefasta o es mi existir.



Mario Andrés Toro Quintero.

Carta a un policía sin vocación.

Villavicencio, Meta.   22/07/2013


Señores
POLICÍA NACIONAL
Villavicencio


Señor policía ó agente, como usted prefiera. Acudo a escribir esto porque el respeto hacia usted me sobra, no por llevar un uniforme, sino porque sé que debajo de ese delirio de poder que en realidad no tiene, es una persona. Le pido a usted que si me lee (espero que atentamente) baje el bolillo y deje la violencia a un lado, solo le haré unas pequeñas recomendaciones que puede que no lo hagan mejor, pero si pueden hacerlo medianamente un buen agente de justicia y orden.


Se supone que es usted el hombre de verde al que debemos admirar, pero la mayoría lo repudia por sus abusos y sus tan arbitrarias actitudes. ¿Usted cree que una moto y un casco pintado de un verde chillón lo hacen un semi dios? Pues déjeme decirle y de nuevo con todo el respeto que dice merecer, que no es más que un ciudadano que tiene por cetro un bolillo con el que golpea a quién se le antoja por no tener sus mismas posibilidades, por no tener una alternativa de vida ni siquiera decente. Es que no comprendo cómo pueden juzgar a un indigente que hace dos días vendía sus cosas en la calle, cosas hechas por sus manos laboriosas y ustedes a punta de gases, golpes, agua y amenazas le obligaron a dormir en una fría calle viviendo de la limosna y la lástima de los ciudadanos inconscientes que creen que todos los vendedores ambulantes son ladrones desalmados.

Pues déjeme decirle que al usted tener o creer tener un supuesto poder que no es más que la fuerza bruta y un olfato para buscar personas que apenas si pueden vivir para hacerse sentir con violencia, no hace nada. Se supone que están para ayudar, pero ni siquiera ayuda brindan, pues sus reacciones ineficientes y su mentalidad mezquina, inepta, arrogante y llena de ilusiones baratas no lo ayudan en absoluto. Le pido de manera cordial, que si logra comprender alguna palabra de las escritas, reaccione. Si hace parte de la institución y el cuerpo policial, ayude al ciudadano, colabora para que la paz, la igualdad y el orden sean los tres dioses que rijan la ciudad. No genere conflictos, no abuse de un poder que en realidad no tiene. 


De antemano, muchísimas gracias.



Mario Andrés Toro Quintero.

El sueño de ser escritor.

Voy subiendo un monte eterno bañando con espesa escarcha que algunos suelen llamar nieve. Burbujas negras, llenas de una tinta extraña con olor a canela pasan a mi lado pero revientan en lo alto, en la lejana cima y me intrigo cada vez más. Esa maleza color amarillo me quema los dedos y me enceguece con un brillo sin igual, a tal punto de no saber lo que veo. De repente otra burbuja y la abrazo para no soltarla jamás; solo quería flotar.

Con el tiempo y mientras más floto, veo arboles negros y con formas extrañas que van trenzando mis sueños y alimentándose de mis ilusiones. Mientras más pensaba, más arboles aparecían y llenaban más el monte con sus manchas, con sus sombras. Estaba impactado. De repente y para mi sorpresa, el monte estaba en blanco de nuevo y esa burbuja de tinta extraña me seguía llevando por los aires indomables, así que de nuevo me puse a pensar.

Pensé tanto que de nuevo esos arboles curvilíneos que absorbían mi imaginación volvieron a aparecer, y fue en ese entonces, justo en ese momento cuando me di cuenta, que desde arriba y abrazando una gota de tinta fugitiva que se había arriesgado a volar, estaba escribiendo una historia. Que el monte era una hoja y los arboles las letras que contaban mis hazañas. Fue desde ahí, que soñé con ser escritor.



Mario Andrés Toro Quintero. 

Pureza y dureza.

No, no te odiaría por más que intentara hacerlo. No te odio a pesar de tener mi cuerpo marcado con cicatrices eternas que me hiciste tú, tus espadas llenas de miradas vacías y rechazos. Por el contrario, mujer, te amo. Amo esos labios rojos, llenos de veneno y sangre. Es por eso que cada beso me mata y me cura. Quiero curar, remendar tu alma rota por los vientos que vienen del sur y te destrozan recordando que te quedaste sin un norte, sin un horizonte para soñar. Quiero sanar tus alas rotas, sostenerlas para que te eleves al menos por unos momentos; pero temo no querer soltarte jamás. Deseo revivir esa mirada triste, llena de culpa y nostalgia, llena de decepción y resignación, esa mirada sin vida.

Déjame también tirar a un lado ese sarcasmo maldito que te ennegrece el gesto sincero de una mirada aunque forzada, pura. Vamos, no quiero soltarte, pero si abres tu alas de manera agresiva solo me alejas de tu presencia divina. Es que no te miento si te digo, mujer, eres mi verdad, mi deidad, mi esencia, mi existencia y mi más constante alegría.


Mario Andrés Toro Quintero.

Insatisfacción y fuerza.

No sé si pueda resistir otra noticia que me derrumbe. No, no vivo en una fantasía o algo por el estilo, solo sé que nada es bueno, que nada es fácil, que nada es como lo espero; no aguanto. Me destrozan actitudes arrogantes y cínicas que rodean mi entorno lleno de basura y poca paz, me agobian. El sarcasmo me desespera poco a poco, me va volviendo loco a tal punto de estallar y caer en ese juego. Es tal como una heroína, a pesar de saber que es mala y que en realidad no la quieres, no puedes evitar caer en ella después de probarla; pero esas inyecciones de sarcasmo me matan poco a poco.

Lo mismo sucede con esas palabras irónicas y sonrisas burlonas, no estoy para eso. Alguien debe entender que las buenas noticias no son exactamente las que me acompañan día a día, alguien; por favor. No quiero apoyo por lástima ni condescendencia falsa y absurda, solo quiero comprensión y apoyo sincero. No pienso rogar ni suplicar más por un poco de ánimo superficial; quiero algo que nazca, que realmente sea por voluntad. El problema es que son cosas escasas, cosas que poco se encuentran y si alguien la tiene, no la quiere regalar a un problemático y conflictivo como yo. No.

Lo mejor es callar mis ansias de una sonrisa, mis anhelos de un abrazo y mis deseos de una sonrisa sincera que me ilumina el horizonte. Sé que solo debo aprender a resistir, porque no puedo decaer y echarme a una pena que no me lleva a nada, solo debo levantarme. Como siempre. 

La profanadora.

Recorriendo la ciudad entera hasta encontrar mi cuerpo, me perdí más de una vez. Entre cegadoras luces y un frío que me tiritar, me daba nauseas y pánico. Me moví por todos lados y gritaba, pero el silencio era sepulcral y el eco llegaba a mis oídos como punzadas que me hacían retorcer de un dolor insoportable. En este mundo pero desde la otra vida, venía a mí de manera cruel mi pesadilla más grande; el no encontrarte.

Seguí corriendo y aunque no me daba cuenta, creo que era por la desesperación o la emoción de pensar que te vería, mis pies sangraban sin cesar, iba dejando un camino de sangre que guiaba a mis enemigos, a mis miedos hasta mi lecho. Solo pude acostarme en ese rincón tétrico y horroroso a pensar.

-Supongo que tendré que seguir guiándolos hacia mi- Pensé. Pero no era así, ellos me seguían para que tu los curaras, para dejar de ser macabros y lúgubres, porque querían ser sueños hechos realidad, pero yo no lo sabía. Así que seguí corriendo y los vi, a mi lado pero no me atrapaban, no me alcanzaban, solo me ignoraban y siguieron su camino; fue entonces cuando entendí que debía seguirlos.

Llegué a un cementerio enorme, oscuro, con olor a un poco de azufre y un poco de orégano. Corrí a buscarlos y encontré los restos rotos de una lápida sucia y despedazada, tenía mi nombre. Fue entonces cuando te vi, profanando mi tumba, aterrando de nuevo mi vida, la que ya no tenía. Pero sí, la profanadora eras tú.

Cansado de mí.

No me siento cómodo conmigo. Es así de sencillo y puedo expresarlo de tantas maneras, podrán haber miles de razones para estar cómodo y feliz, pero hoy no puedo conmigo. Es como si entre mi felicidad y mi existencia existiese un abismo invisible, infinito e imposible de subir. ¡Peñasco maldito¡ Ahora me siento acabado, derrotado, cansado, sin fuerza alguna para seguir. ¿Suicidio? No estoy lo suficientemente loco, no soy lo bastante valiente ni lo bastante cobarde para cometer algo así, solo... No puedo más.

Estoy cansado de mí, del orgullo tan nulo que tengo, de la dignidad inexistente, de las máscaras que cubren esta cara pálida y agotada. Me siento humillado, pisoteado, y sin embargo aquí estoy, rogando perdón y piedad, intentando luchar cuando ya mi lucha debe terminar. Es lo justo, supongo. La salida más sensata nunca será huir, eso no es sensatez, es cobardía, miedo a perder. Creo que mi vida se gastó en una pelea absurda y como el ave fénix, debo renacer entre cenizas centelleantes. Así que allá voy, cansado a luchar por todo, aunque yo ya esté muerto 


Mario Andrés Toro Quintero.

Critica, lucha, resiste, vuela.

No siempre se está conforme con lo que vemos, lo que tenemos o lo que podemos obtener. Es obvio. Nunca estamos conformes, nada nos llena, nada nos satisface lo suficiente como para dejar esa ambición absurda de lado y para la sed que tenemos de todo.
Pero bueno, el derecho de todos a no estar conformes ha estado desde siempre, desde el hombre más poderoso hasta el plebeyo que viva en las condiciones más precarias. Todos queremos más. Es que incluso, dios quería más. A pesar de tener a su merced el universo, nos creó para manejarnos como un pequeño ejercito de millones de muñecos que controla y hace con nosotros lo que quiere. 

Muchachos, si algo no les gusta; critiquen. Si les dan algo mal hecho o de mala gana. Si no están de acuerdo con algo o les parece absurdo. Pero nunca, por favor, ¡NUNCA! Destruyan a las personas con sus críticas egoístas, llenas de arrogancia, desprecio y humillación. Eso sí, tampoco nunca dejen de luchar, porque la opresión a los menos favorecidos, el abuso contra los marginados sociales, son motivo de lucha, del levantamiento de un pueblo dolido con un gobierno sucio y arrogante. Luchemos por una igualdad soñada, por un trato digno, y al menos, solo al menos, para que nos dejen de ver como los estúpidos soñadores que venden sus ilusiones y esperanzas a quien les dé la mejor ancheta o la mayor cantidad de tablas y tejas. 

Vamos a resistir el huracán de injusticias y peligros. Seamos impermeables ante la tentación de vender el alma al diablo al que le daríamos un poder que no se merece, un poder que no puede manejar. Resistamos los atropellos de la fuerza pública, vamos, aguantemos los abusos y el descuido del sistema para el enriquecimiento propio. Por último y no menos importante, volemos. Podremos ver desde un cielo pulcro y decente como esta contaminación y cada bolsa de basura que nos gobierna se va yendo al basurero o al relleno sanitario, donde merecen estar. Vamos a volar y a vivir en la nación del sueño colombiano, de la utopía de los dolientes, de la felicidad de nosotros; los marginados. 



Mario Andrés Toro Quintero.

EL HIPHOP COMO HERRAMIENTA SOCIAL

El HipHop, hizo sus comienzos como una cultura de fiesta, de protesta y de unión.

Pero al parecer cada día se olvida más esto. Vemos con más frecuencia mensajes de odio y destrucción sin sentido, mensajes de degradación social y personal, referentes con la drogadicción y delincuencia.

Muchos raperos de la cultura enfocan sus mensajes a buscar a personajes "reales", que en su concepto, son quienes son delincuentes, consumen alucinógenos, y hablan de matar. Pero quizá olvidan la parte más importante de este cuento, y es que somos una comunidad que quiere construir, no destruir.
Somos un arma eficaz, si nos lo proponemos, para erradicar los problemas sociales en los "ghettos", para sacar a los infantes de ese mundo que les corroe su inocencia, y los aleja de su infancia.

Quizá es culpa de la misma comunidad HipHop el hecho de que la sociedad nos margine, el hecho de que al ver una persona con ropa XXL, la asocien inmediatamente con un delincuente y escondan o agarren sus objetos con temor.
Quizá es culpa de nosotros mismos el que nuestra música y cultura no se apoye, y no estemos "tapados" de dinero como en E.U. ocurre, que tengamos que aferrarnos a nuestros propios recursos para producir nuestros trabajos musicales, y distribuir nuestra música de manera precaria.

Pero quizá ya es el tiempo en el que nuestra comunidad empieza a evolucionar, cada vez se ven más aquellas luces que brillan entre tanta mortandad, y nuevas propuestas musicales salen a flote, con ritmos frescos o antiguos, con mensajes claros de conciencia, de vivir en paz y armonía, y de recordar que lo más importante, es el amor.

Este escrito no tiene como objetivo atacar a nadie, es más, el objetivo principal es ayudar a alumbrar la oscura consciencia de muchos.

Concluyo, pidiendo un poco de coherencia y elocuencia, y que si usted, el que lee, no es una persona perteneciente a la comunidad HipHop, se acerque un poco más a nosotros, para que se de cuenta que no todos somos delincuentes, que esta cultura también es de respeto y tolerancia, así muchos no lo demuestren.

Gracias por leer.



Cristian Camilo Rincón.

El resurgir del desterrado.

Entre sombras que cubrían su mirada vacía yacía el desterrado. Acostado, con gran esfuerzo respiraba y de vez en cuando, muy de vez en cuando, movía alguna parte de su cuerpo. A veces esas sombras se convertían en una niebla que lo dejaban ver una luz distante, una luz lejana e imposible que solo despertaba su odio hacia su incapacidad. Pero, esas mismas nieblas eran sus verdugos, eran traicioneras y destructoras, lo castigaban con el látigo de la soledad, con los clavos de la indiferencia, rasgaban su túnica que hace siglos solía ser blanca, ahora era moho posado sobre tela vieja, rota, al igual que sus ilusiones.

Siempre sufría, a veces lloraba y una que otra vez, soñaba. Podría soñar siempre, pero de una manera inexplicable, lo evitaba. Soñaba cuando quería, soñaba cuando su vida estaba más enterrada, cada vez más cubierta por la basura de los imbéciles que lo marginaban hasta desterrarlo. La última vez que soñó, fue algo hermoso para él, le generó una pequeña sonrisa, cosa que no veía hacía años en su cara muerta. Recordaba que su sueño lo mostraba saliendo de un bosque hechizado, lleno de brujas y vampiros que succionaban el espíritu de las personas felices, de duendes que robaban los sueños de un visionario. Pero él, él había sobrevivido a todo eso y había llegado al final del recorrido, subió una colina y divisó lejos en el horizonte lo inimaginable. Vio a su madre, a sus hermanos, a su padre y su ciudad. Lloró de alegría y después de eso, regresó al bosque.

-Nunca he querido volver a mi antigua vida- Pensó. Y así, siguiendo un camino incierto castigado por azotes de la vida, por barridas de un destino injusto y cruel, dio gracias y desapareció.



Mario Andrés Toro Quintero.

La escritora.

Hace unos años la conozco, pero la he amado toda la vida. He visto como traza lineas de pasión con su mirada, he visto como llena páginas de mi vida con sus palabras. Bienvenida seas a escribir en este libro vacío, en esta portada sin marcas, en este cuero ansioso de un título que puedas darme.
Puedes estar a mi lado, si quieres puedo ayudarte, recitarte al oído cada una de mis aventuras, cada uno de mis sentimientos. También podrías posar tu cabeza en mi pecho, así como una mariposa en una flor color rojo, prometeré no huir de tus afectos, en lugar de eso me pondré a recitarte el amor que te tengo mientras una sonrisa inocente y una mirada constante, se clavan en tu alma y te dicen que es verdad, que te amo.

Ven así, pícara e infantil, risueña e imponente, escribe los mejor poemas de amor en este cuello que se encuentra en blanco. Con tus labios que segregan tinta como veneno, marca los espacios vacíos de mi alma, llénalos de cuentos donde somos los protagonistas, que al final morimos juntos, amándonos, amando nuestra ira y nuestro odio mutuo, nuestros mayores deseos; porque mi mayor deseo es tenerte siempre.




Mario Andrés Toro Quintero.

El descaro no tiene límites.

Hoy curiosamente iba caminando por el centro, a eso de las siete de la mañana. Hacía frío y el sueño me estaba poniendo algo grogui, pero desperté al sentir que me tocaron el hombro. Me alarmé y pensé "de nuevo me robaron, siempre me pasa", pero no fue así. Fue algo aún más gracioso, pues cuando volteé a ver a mi verdugo, vi que él ya me había decapitado hace mucho tiempo. En palabras poco decentes y con un tono extraño me dijo: "Ole parcero, ¿se acuerda de mí?" A pesar de que era bastante obvio el hecho de no recordarlo, le dije que no, algo temeroso. El joven que aún no soltaba mi hombro, me dijo que había sido uno de los que me había robado hace unas semanas en el centro, pero que, según él, "todo bien".

 No sé cómo llamar a lo que sentí en ese momento, pero todo se vio reflejado en una pequeña risa nerviosa pero una mirada con ira que al parecer no causo nada en él, más que disculparse y decirme que ya ni modo de robarme otra vez, porque me había dejado "limpio", ¿pueden creer tal descaro? Deseé tener la valentía para decirle que me diera algo, que me devolviera lo mío o lo golpearía, pero no quise poner en riesgo mi integridad física; además eso de golpear no es lo mío. A parte de mi naturaleza pacífica, recordé todo el cuadro del robo, puesto que fue ese atarván de harapos rotos y mal combinados, el que puso contra mi un cuchillo que presionaba para decirme "Bájese del coco chino, no se haga matar", efectivamente le di el celular no sin antes oponer una resistencia calmada pero digna. Le dije en un tono sutil pero indiferente "déjeme sacar la SIM", a lo que con salvajismo digno de una bestia sin modales, presionó más el cuchillo y me arrebató el aparato.

Al final de la conversación que fue más un cruce de miradas incómodas, irónicas e iracundas, el hombre solo sonrió y me dijo que tuviera más cuidado y que ojalá nos volviéramos a encontrar. Desde que me dijo eso, no deseo otra cosa que volver a encontrarme con ese hombre, y ojalá ya tenga nuevo celular a ver si me vuelve a saludar de manera tan formal.




Mario Andrés Toro Quintero.

El caballero desmemoriado.

Caminaré de casa en casa, buscaré al mejor postor, podría subastar, vender, cambiar, correr y ganar. No sé qué diré, tampoco de qué manera, pero sé que la improvisación siempre ha sido mi fuerte. "Cambio demonios por titanes", eso podría funcionar. Necesito deshacerme de toda esta mierda que me ahoga cada vez más, necesito fortalecer mi carácter. Puedo cambiar los cadáveres acumulados en un sótano colorido por las sonrisas de las familias unidas que con los años se desintegran. Son esas sonrisas que tienen ahora las que necesito. Ya sé, te cambio tu musa por mis risotadas alarmantes, por mi mirada perturbada, por lo que desees. Solo necesito ser más fuerte, necesito practicar.

La primera fue sencilla, solo unos cuantos tragos y un puño en la quijada que la dejó tendida en el suelo, tan bella, tan inofensiva, tan vulnerable. Creo que fue la excitación del momento la que me obligó, después de unos sorbos de ese whisky endemoniado, me arrodillé y la estudié unos momentos. Tomé su cabeza angelical con mis brazos infernales, ella despertó y en un segundo le rompí el cuello. Me excito sentir como se desvanecía su fuerza, como se escapaba su vida de mis manos, de este mundo; así que la besé.

De la segunda brevemente me acuerdo que hubo mucha heroína y dos cigarrillos de marihuana. Creo que no supo controlar tanta droga recorriendo su liviano pero voluptuoso cuerpo. En esa ocasión la culpa no fue mía, ella cayó y se golpeó con una silla; empezó a sangrar. Fue una imagen hermosa así que me recosté a su lado, me empapé con su sangre pero no me sentía conforme. Tomé un cuchillo y de manera apasionada empecé a clavarlo en su vientre. La sangre chispeó todo el lugar, toda mi cara, todo mi cuerpo, chispeó mi vida.

A partir de ahí nunca supe que pasó, hasta que un día encontré treinta y dos cuerpos en mi sótano. No quise botarlos porque eran obras de perfección, una maravilla visual. En lugar de eso pinté ese sombrío lugar y le di luz. Después de eso y durante dos años me la he pasado buscando musas con una mirada encantadora, con una sonrisa sincera y un toque que la haga única. El problema es que llevo dos años recordando nada y sumando cuerpos hermosos a mi sótano llenos de vidas ausentes. Cambio cuerpos por alma, cambio sueños por dolores, cambio salidas por llegadas.

El primate de los zapatos blancos.

-Buenas tardes.


-Buenas tarde, siga usted por favor.


-Muchas gracias, ¿es usted el espejo?


-Sí, por supuesto que soy yo.


-Es que tengo entendido que usted podría ayudarme.


-Claro que sí, cuénteme su problema. Por favor.


-Bien, pero por favor usted no se ría de las traiciones de mi sano juicio.


Empecé a notar todo como empieza la vida, llorando. Solía leer en las tardes, leer ficción y algo de misterio, nunca pude ocultar mi amor por un buen libro en las tardes. Siempre leía hasta que el sol se iba, puesto que en las noches ocupaba mi tiempo en otras cosas. A veces solía caminar durante horas por las calles nubladas, bañándome con luces que me regalaban los postes, que me regalaba la luna. Siempre, siguiendo la rutina que llevo desde que era pequeño; me ponía los zapatos blancos. A veces salía con un pantalón, a veces con unas bermudas de color café. Por lo general salía desnudo, camuflando las cicatrices y el dolor interminable de mis penas con vestiduras invisibles y poco resistentes ante los insultos. Siempre me acompañaron esos desagradables zapatos blancos. Aunque no solo en las noches caminaba, a veces corría, a veces lloraba pero también trepaba. Intentaba llegar a la cima de cada árbol, sintiendo que triunfaba pero al final, al final caía. Creo que eran los zapatos, sí, eran ellos los que no querían dejarme prosperar y nunca pude apartarme de ellos. ¿Acaso no eran ellos algo así como lo que eran las musas para un poeta? Mi madre solía decir que ellos me ayudarían a llegar lejos, es cierto. Con ellos he recorrido distancias interminables que solo me han llevado al fracaso, a dormir en las aceras, a beber lluvia porque no ha habido más. ¿Entiendes el problema?


-Sí, le entiendo a la perfección. Pero...¿Lo entiende usted?


-¡POR SUPUESTO!


-Y dígame, ¿qué logra entender?


-Que mis problemas me han llevado a usar a mi reflejo como psicólogo.





Mario Andrés Toro Quintero.

Déjame ir.

Iracundo el cielo que dispara rayos de tristeza y decepción hacia nosotros los mortales, intentando acabar con las sonrisas efímeras que acompañan nuestras tardes calurosas, nuestras noches desdichadas, nuestros sueños destrozados. El agua viene y con millones de gotas como balas, nos dispara siempre apuntando a la cabeza para no dejarnos pensar ni un instante, o también a la espalda, para agrandar las penas que vamos cargando y que recogemos día a día. ¡A LA MIERDA! Puede que sea un simple humano, un bastardo hijo de esta tierra que tanto amo y que tantos repudian.

Líbranos destino de paraísos artificiales. Desata estas cadenas que oprimen nuestras almas, que no nos dejan surgir, que no nos dejan ser. Deja que evadamos las espadas de la indiferencia y nos mezclemos con tus frutos. Sin ser egoísta, al menos déjame vivir junto a tus amados, déjame ser uno de ellos. Sácame de aquí, de tanto humo lleno de maldades e impurezas. Sácame ahora.


Mario Andrés Toro Quintero.

Esperar, ser, vivir.

Puedo ser ese romántico empedernido que escribe una que otra nota al azar, como también puedo ser un desprendido de la vida misma, viviendo, volando para olvidar. No sé si considerarme apasionado o estúpido, competitivo u obsesivo. No sé si considerarme humano o un pedazo de carne que se mueve y con suerte a veces piensa cosas que no debería pensar. A veces actúo por inercia y me da igual, a veces me arrepiento. A veces hago cosas esperando algo, a veces sin ningún interés, pero de todos modos, jamás recibo nada.

Creo que el universo conspiró desde hace millones de años para que todo me salga mal. Ser ese romántico que no puedo evitar ser, no causa ningún efecto en nadie, eso lastima de cierta manera. Intentar cambiar y ser indiferente hace que los demás quieran alejarse de mí. ¿Cuándo recibiré algo de afecto? No, no estoy mendigando amor o algo por el estilo, eso es basura. Solo pido lo justo, recibir algo de lo que doy, ¿acaso no lo merezco? Realmente no sé qué quiero, pero si sé lo que espero.



Mario Andrés Toro Quintero.

El amor a mi país.

Mi amor a Colombia es tan puro como el agua de los ríos, la diferencia es que no tiene veneno por la explotación de minas de manera indiscriminada, si fuese así, mi corazón bombearía sangre con restos de cianuro, y no es así. Es que desde el estimadísimo doctor Andrés Pastrana todo ha sido maravilloso. Luego llegó el ángel salvador de esta podredumbre revolucionaria; Don señor dictador Álvaro Uribe Vélez. Ese hombre sí que fue piadoso con los grandes afectados de los problemas nacionales; los grandes empresarios que perdían un pequeño dinero de su enorme y tan importante capital. Afortunadamente con su mano firme y su sierra bien “engallada” acabó con todos esos revoltosos, marihuaneros, ladrones y guerrilleros que pedían dizque igualdad. ¿Qué pensaban acaso? ¿Qué esto es una democracia? ¡Ay! Soñadores, ilusos, pensando en todo momento en utopías y nada más, esto es la dictadura de quien nos hable mejor; de quien nos sepa ilusionar para luego con su divina presencia, pasar al país de un limbo a ser un pozo de lo más profundo del infierno. Es que esos jóvenes con delirios Chéguevaristas solo pedían absurdos ante una situación como la que estábamos viviendo. Pedían mejoras en el sector salud y educación ¡¿PUEDEN USTEDES CREER TAL BARBARIDAD?! Qué insolencia exigir tales abusos, ¿es que nunca notaron la buena labor que hizo el doctor don señor Álvarito? Ya podemos viajar en paz, mató a unos cuantos cabecillas y ahora ya no secuestran tanto personal nacional; ahora solo extranjero. Eso es mejor, porque pues al fin y al cabo eso no nos incumbe; que venga la ONU porque las comisiones de paz están preparadas para retar a los grupos armados, nada más ni nada menos. ¿Cómo pueden pedir educación de calidad? Es que la inconciencia de estos muchachos me repugna. Deberían pensar en dejar el colegio e ir a un gimnasio, tal vez en dos años y con un poco de hormonas entren al ejército y a la policía, es que igual ni el ICFES necesitan, la mayoría de generales parece que nunca lo hubiesen presentado. La enorme inteligencia y lo cultos se les nota por encima. Es que admirar al señor don Álvarito es inevitable, ¿quién más habría sido capaz de decir barbaridades sin sentido para pegarse de un conflicto absurdo con los presidentes de las dos naciones vecinas? ¡SOLO ÉL! Es digna de admirar su capacidad de decisión, su personalidad impulsiva, porque a pesar de que no lo hizo bien, lo hizo; esa determinación es de aplaudir. Pero bueno, esto sigue siendo Colombia, el país que amo sin importar las muchas fallas en su sistema, la poca cultura de su gente y muchas otras cosas que nunca importan. ¿Saben por qué? Porque lo importante es que tenemos la coca más pura ¡PERDÓN! Disculpen mi confusión, es el café más suave. Aunque bueno, lo de la coca tampoco es mentira, que lo diga don Diomedes Díaz ¿no? 


Mario Andrés Toro Quintero.

La ciudad del erotismo.

Vamos a pecar en aquellos callejones sin salida, donde hay gatos sucios y botes de basura con graffiti. Por favor, corre a mi lado, no te dejes impregnar por la luz de luna, no te dejes tocar por ella para que limpie las impurezas de tus pensamientos obscenos. Podemos hacer el amor durante horas, dejarnos excitar por las alarmas de los carros que se alertan ante agudos gemidos de placer. ¡Amaría por escuchar eso en este momento! De hecho, amaría sentir el calor de tu aliento en el pabellón cachondo de mi oreja.
Huye conmigo, clava un garfio en mi antebrazo y nunca lo sueltes. Escapemos de la incandescente luz de estos postes, luz que me quema las ganas de rasgarte las vestiduras y hacerte mía durante esta noche lujuriosa. Arráncame los labios y déjame la boca con sabor a sangre, y sabor a anís. Destroza mi espalda con tus rasguños, que me recuerden cada orgasmo, cada segundo de una pasión tan eterna y tan efímera a la vez. Solo espero que después de este último brote de un amor poco valorado, nos volvamos a ver. Que el olor a basura sea ese olor afrodisíaco que nos acuerde de aquella vez, que no sabemos en qué momento ni por qué razón hicimos el amor como nadie lo ha hecho jamás.

Mar de lamentos.

Buitres acechan este cuerpo seco ya sin vida y que a pesar de eso puede navegar en un bote viejo y averiado atravesando océanos enteros. Los tiburones no se acercan, pues el olor a putrefacto está presente siempre, ni siquiera ellos comerían esa carne escupida por Satán.
Cada vez que veía tierra, un huracán de recuerdos lo alejaba de lo que podría parecer su salvación. Poseidón se obstinaba en tenerlo vagando, siendo un muerto que pensaba, que viajaba, que veía y que jamás olvidaba. Tanto tiempo llevaba desterrado de la tierra, que había olvidado de dónde provenía, quién y  cómo era. Las aguas turbias que lo acompañaron siempre impulsando esa embarcación, jamás revelaron su identidad, para él, su propia existencia, su apariencia era un misterio.

Habían días largos, días cortos, días eternos. Tardes azules, rojas, amarillas o violetas. Las noches generalmente estrelladas, pero nadie para vivirlas, nadie para disfrutarlas, solo él y la inmensidad de un enorme mundo que lo repudiaba. Llevaba años, décadas, siglos o tal vez milenios sin salir de esa barca maldita, llena de putrefacción, llena de su vida y sus cicatrices. Una noche, cansado de ser un marinero marginado, cansado de ser un fantasma con ganas de vivir, cansado de ser algo sin vida y que solo dependía de un sucio bote, cansado de vivir en un mar de lamentos; saltó.