Lujuria en la ciudad color rosa.

Pasaba las noches recorriendo su cuerpo con la yema de mis dedos, cada día me parecía más suave y delicioso; como un paraíso interminable de placer. Solía sumergirme en su boca, aquella tan gloriosa. Me convertía en una niña cada vez que sentía que llegaba el momento de su partida. No soportaba la idea de estar sin él, sin su piel, sin su ser.

Los días pasaban rápidos a su lado, el tiempo solía no alcanzarme. Una noche, mientras disfrutábamos de la lujuria, encontramos fantástico el estar. Encontramos un huracán en nuestro interior, deshicimos la habitación, deshicimos toda pena, deshicimos nuestros cuerpos a punta de besos, deshicimos el miedo; mientras danzábamos al vaivén del placer. Así, morimos y revivimos millares de veces en una noche.

Pronto el estar separados era una especie de condena, teníamos la necesidad de sentirnos. Decaímos en un amor que no nos dejaba vivir. Estuvimos en esa habitación un tiempo bastante largo, sin tomar siquiera la luz del sol. Sólo disfrutábamos de los manantiales de nuestro sexo, carcomíamos de nuestro espíritu. Morimos, morimos de amor, de necesidad. Agotamos nuestras fuerzas haciendo el amor y nada podía detenernos.

Llegó el momento en que mi amado decidió alejarse, huyó hacía las sombras, huyó con mi ser; al final, yo decidí huir con él.




Karoline Herrera.

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