Viaje a la memoria.

A todos los logros que no pudo ver le escribo, porque hoy la nostalgia me inunda el alma y cada pensamiento. No sabe lo que le pienso cada día y lo mucho que me duele no tenerle aquí con sus apuntes repentinos, sus risotadas centelleantes y sus pasos que ya arrastraban una sabiduría envidiable.

¿Que cometió errores? Claro que sí, pero los médicos también se mueren y nadie puede ser perfecto. Sin embargo, usted se asemejó a todo lo que quería ser. Un aventurero, un guerrero, un ser plagado de fortaleza e inteligencia y créame; qué envidia y qué dolor profundo no haber podido aprovechar más de usted, de todo lo que fue para mí. Sin embargo siempre, en la eternidad tenga claro que usted a pesar de ya no estar, es uno de los engranes que hoy tienen volando este sueño que vivo y por el que quiero crecer cada día más.

Realmente no sabe la falta que me hace una tertulia acompañada de una caliente tarde en Villavicencio, adornadas por un periódico, un par de pomarrosas y gente pasando en cantidades por esa acera que usted tanto cuidaba. A veces un Barrilete o un Supercoco,

También extraño esos llamados de auxilio al momento de llenar un crucigrama y esas humaredas en la mañana de un sábado cualquiera, porque ese era usted; el pirómano. Ese que se sentaba horas y horas a quemar hojas, ramas y una que otra basurita que hallaba en esa bermuda sucia y rota que usaba para esos momentos excelsos de llamas inmensas, humo asfixiante y felicidad infinita que encontraba en ese patio, ese espacio que cuando usted entraba se convertía en un mar de sorpresas.

¿Cómo podría olvidarme de esas noches en las que me pedía que le acompañara al día siguiente al banco y justo esa mañana me levantaba tarde y asustado mientras usted, sentado en su silla Rimax, me decía que no me había despertado porque "me veía muy dormido"? Tampoco podría no extrañar cuando sí me levantaba y le acompañaba y solo por eso me recompensaba con un desayuno que era algo así como tradicional entre nosotros. Ir a la Casa del Kumis y devorarnos con el mayor gusto una empanada de pollo y un Kumis de la Casa. Qué momentos tan preciados viví a su lado.

Ojalá estuviese aquí para poder leer esto que le escribo. Incluso sería todavía más grato poder leerle esto mientras usted se fuese dando cuenta de lo mucho que le amé, porque en gran parte, por usted es que soy lo que soy ahora.

Así que muchas gracias, en la eternidad lo tendré siempre en mis pensamientos.

Gracias, Don Ernesto.





Mario Andrés Toro Quintero.

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